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domingo, 28 de marzo de 2010

Morts "pour la France"

Se calcula que aproximadamente un millón de soldados franceses que partieron hacia el frente jamás volvieron a sus hogares. De éstos, sólo 700.000 fueron identificados correctamente, e inhumados de forma correcta en lugares especialmente habilitados para ellos, teniendo en cuenta que el lugar de la muerte del soldado. Si el soldado fallecía en el frente se enterraba en cementerios creados in situ. Por contra, si fallecía en un hospital de campaña, era enterrado en los cementerios situados cerca.
El hecho de que la República francesa ostentase el absoluto control sobre el destino de los muertos franceses no convenció a todos los familiares. Y ya en plena guerra, incluso ya en los primeres meses, algunos de los miles de afligidos familiares pidieron, e incluso suplicaron, a las autoridades militares que les permitiesen enterrar a los suyos en sus lugares de origen. Las autoridades militares, al frente de ellas el general Paul Castelnau - que habían perdido en la guerra a 3 de sus hijos - consideraban que los muertos por la Patria debían descansar junto a sus compañeros de armas, y justo en el lugar que habían defendido hasta su muerte. Los familiares, por su parte, justificaban el retorno de sus muertos como la última petición de éstos, ya que al morir lo más seguro es que éstos hubiesen querido sentirse lo más cerca posible de los suyos y de su tierra.
L'Armée fue inflexible, no dió su brazo a torcer en ningún momento. Fue a partir de una negativa tan taxativa que algunos de estos familiares comenzaron a contratar - a precios de escándalo - la ayuda de profesionales para buscar, exhumar y traer a sus hogares a sus seres más queridos, caídos en combate. Las noticias de extrañas exhumaciones y otros transportes llegó - inevitablemente - a oídos de las autoridades que se prestaron a llevar el asunto a la Asamblea nacional con el objeto de decretar sobre la cuestión. Las negociaciones en la cámara francesa fueron árduas y penosas, la normativa sería la vigente: los muertos serían inhumados allá donde cayesen y no había más que hablar, excepto el hecho de penalizar a los infractores.
Es evidente que este tipo de medidas no evitaron para nada las intenciones de los familiares, sobretodo teniendo en cuenta que lo más que podían perder ya lo habían perdido por una Patria que no respetaba sus voluntades. Así, durante los más de cuatro años de guerra se fueron sucediendo este tipo de incidentes y curiosas desapariciones. No obstante, la lucha legal por el reconocimiento de los derechos de los familiares de caídos no cesó. Desde diferentes asociaciones e instancias se hicieron llegar continuamente a las autoridades peticiones a favor de la repatriación de los soldados hacia sus tierras de origen. La respuesta gubernamental fue la misma.
Este estira-y-afloja llegó hasta bien entrado el año 1920. El tema volvió a surgir, los incidentes de rescate iban in crescendo y las autoridades estaban desbordadas por mantener unos camposantos que parecían más un feria de los horrores. Finalmente, durante la primavera-verano de ese año se aprobó un decreto por el cual los familiares que así lo deseasen podían exhumar el cuerpo de sus caídos y trasladarlo a sus lugares de origen. Todo ello a costa de los presupuestos del Estado. Así, se calcula que de 700.000 soldados identificados y enterrados se exhumaron más de 300.000 que fueron devueltos a sus familiares, un 40% de total de los muertos franceses.

Fuentes:

Winter, Jay. Sites of memory, sites of mourning.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Los Gueules cassées: los leprosos de la Gran Guerra


Adrien Fournier en el teatro, La Chambre des officiers

Nunca antes de la Gran Guerra, un conflicto bélico había causado tanto daño físico como psicológico en los contendientes. La guerra se brutalizó. Tamaña destrucción del ser humano -causada generalmente por la artillería- supuso un terrible cambio en la mentalidad de los profesionales de la sanidad (doctores, enfermeras, cirujanos,...) y obviamente en la de los militares. Médicos y enfermos se vieron, en los inicios del conflicto, superados por la magnitud de la tragedia. No sólo el número de heridos era infinitamente superior, sino que el grado de las heridas sufridas era terrible.
Para muestra, el testimonio del Dr. Vassal de su retorno en un barco hospital de los Dardanelos:

"Todas las miserias humanas se concentraban en aquel grupo de soldados que se hacinaban en el puente del barco. Cuanto más podía germir, aquella pobre cosa cuyo cráneo una bala había destrozado? Cuando le levantaban la cabeza, la sangre y la masa encefálica eran todo uno. Sólo entonces gemía. Aquel otro de allí, el más pálido de todos, nos rogaba que no le moviésemos. Tenía un fragmento de proyectil alojado en el pecho. Más para allá, un senegalés tenía ambas piernas amputadas. A su camarada, otro senegalés de Dakar o St. Louis le faltaba media cara. Un pedazo de metralla le había arrancado la barbilla. El pobre emitía sonidos ininteligibles, a través de un profundo y sangriento agujero, mientras nos salpicaba con su saliva sangrienta."

Este senegalés anónimo fue uno de los miles de heridos que sufrieron terribles heridas en el rostro. Quién sabe si sobrevivió. Si lo hizo, la guerra le dejó una marca indeleble, y su vida no volvió a ser jamás misma. Se convirtió en un gueule cassée, un baveaux -baboso- como los llamaban cruelmente por haber perdido -la mayoría- los labios y no poder contener la saliva dentro de la boca. Incluso el argot se cebó en ellos.
La despectiva expresión gueule cassée, literalmente cara partida o rota, designó a aquellos supervivientes de la Primera Guerra Mundial que habían sufrido enormes e irreversibles heridas en el rostro. A banda del trauma físico, gran parte de los gueules cassées presentaron graves secuelas psicológicas que los acompañaron el resto de sus vidas. Lo irreversible de sus heridas no requerían solamente cirujía estética sino de recuperación. El contínuo y doloroso viacrucis al que eran sometidos los heridos los sumían, muy a menudo, en profundas depresiones que, en algunos casos, conducían al paciente al suicidio como último recursos.
En el caso francés, del total de heridos de la guerra, un 14% lo fueron en el rostro. Y de éstos, un 10-15% fueron considerados "gueules cassées".
Sophie Delaporte, autora del libro "Les gueules cassées: les blessés de la face de la Grande Guerre" estima que el número aproximado de este tipo de heridos en Francia después de la Gran Guerra fue de unos 15.000 aproximadamente.

El aumento en el gran número de heridos faciales durante la Gran Guerra, y sobretodo la magnitud de sus heridas se debió a diversos factores, propios de la Primera Guerra Mundial.
La aparición de la artillería pesada y sus funestas consecuencias fueron la causa principal, pero no puede despreciarse el factor el nuevo paisaje bélico. La guerra estática y su plasmación en un sistema atrincherado de defensas hizo que los soldados tuviesen que convivir noche y día con el hostigamiento contínuo de la artillería. La posición del soldado - mayormente - en vertical, dejaba como parte más vulnerable de su cuerpo el tronco y la cabeza. Así, por mucha protección que se buscase, cualquier esquirla, balin o pedazo de metralla que llegase de forma rebotada podía inferir graves heridas y destrozos en el rostro o en la cabeza.
La magnitud de la tragedia y la brutalización de la guerra cogieron desprevenidos a los servicios médicos de las distintas naciones contendientes. Así, el pronóstico para este tipo de heridas en los inicios del conflicto fue a menudo demasiado pesimista.
En un primer momento, el Service medique de l'Armée habilitó un centro "especializado" para este tipo de heridos en la ciudad de Amiens. Y fue, en este lugar, donde se llevaron a cabo los mayores avances en el campo de la cirujía reparadora. La práctica totalidad de estos heridos tardaban horas, incluso días en ser evacuados a hospitales con medios. Y a menudo, pasaba alguna semana hasta que no eran atendidos con todos los medios. Con este panorama no era de extrañar que las posibilidad de sobrevivir fuesen pocas, o eso creían los especialistas. Pero el cuerpo humano, y sobretodo, el instinto de supervivencia de estos hombres se encargaron de demostrar lo contrario.
Aún a pesar de las terribles heridas y destrozos, fueron miles de soldados los que consiguieron soportar el inhumano sufrimiento. La guerra evolucionó y la ciencia médica con ella. Apareció una nueva especialidad: la cirujía plástica reconstructiva. Esta cirujía incorporaba nuevos procedimientos experimentales sobre el injerto de tejidos y materiales óseos. Gracias a estos métodos pioneros, miles de heridos sufrientes y casos irrecuperables sobrevivieron. La nueva medicina, sin embargo, era terriblemente dolorosa. Muchos de estos desfigurados decidieron no exponer más su cuerpo a los horrores del dolor, decidieron acabar con sus sufrimientos y enterrarse en vida en sus casas o en asilos. La no-muerte física les llevó inexorablemente a una muerte social.
La nueva vida civil no fue mucho mejor que la guerra. Les esperaba el rechazo social y la pesadilla de ser contemplados como monstruos por el resto de sus compatriotas. Los desfigurados sentían verguenza al salir a la calle y mostrarse. Vagaban, no tenían trabajo y lo peor: sus países no sabían que hacer con ellos. Personificaban el horror y el dolor de una guerra que todos querían olvidar y enterrar. A su propia alienación como seres humanos, se les sumaban largos periodos de curas y recuperaciones entre operación y operación.
Curiosamente, el Estado francés no consideraba las graves heridas en el rostro como una enfermedad o invalidez. No recibieron pensión alguna hasta pasado un tiempo, al menos en Francia.
Los gueules cassées franceses decidieron asociarse poco después de la Gran Guerra y en 1921 fundaron la Union des blessés de face. Se trataba de encontrar un portavoz y garante de los derechos de aquellos hombres que habían defendido la patria y que estaban pagando un precio demasiado alto por ello. Su defensa de lo patrio no sólo no encontró consuelo y piedad en su desgracia, sino que topó que lo más inhumano de la sociedad: su desprecio. Fundada por cuarenta y tres mutilados faciales, la Union muy pronto entrevió sus objetivos: reclamar atención hacia su desgracia y reclamar un apoyo moral e institucional del Estado y la sociedad. Su lema no pudo ser más gráfico: "Sonreir al menos".
En 2001, el realizador francés François Dupeyron llevó a la gran pantalla el drama de un gueule cassée de la Gran Guerra, La Chambre des officiers.
La película narra la historia de Adrien Fournier, un joven teniente que se enrola, de forma entusiasta, el agosto de 1914. Al poco de comenzar la guerra, en un misión recocimiento, Adrien es herido de forma horrible en el rostro, quedando terriblemente desfigurado. A partir de este momento, la narración del film transcurre en el pabellón de oficiales del hospital Val-de-Grâce para heridos faciales.
Los primeros momentos en que es herido Adrien, el penoso traslado, la sed, su angustia, el dolor, las interminables y contínuas intervenciones quirúrgicas, su reencuentro con él mismo, su identidad, las tentaciones suicidas y su retorno a la sociedad como gueule cassée son descritas de forma exquisita. Basada en la novela homónima de Marcel Dugain, Pabellón de oficiales es un tributo al ser humano en lo más desnudo de su ser, es un canto a la vida en toda su expresión.
Tratados como apestados, los gueules cassées fueron en su tiempo los leprosos de la Gran Guerra, los rechazados por la sociedad. Lo fueron, incluso, por sus propias famílias que recurrieron, la mayoría de las veces, a su internamiento de por vida, como si su existencia fuese una lacra para ellos y para la sociedad que repudiaba lo peor de la guerra.
Afortunadamente, el peso de las asociaciones, los memoriales y el rescate por parte de algunos estudiosos han devuelto del injusto y ensombrecedor olvido a estos héroes anónimos, no tanto de la guerra como si de la vida a la que fueron sometidos llegados del frente.
Uno de ellos escribió:

«J'appartiens pour toujours à un groupe d'hommes stigmatisés, à la face ravagée et qui n'a plus rien d'humain. Nous sommes une chose sans nom. Un amas monstrueux de chairs déchiquetées, de pansements, de pus, de fièvres empaquetées, le tout teinté par l'ombre des canons.»
Trad.: Pertenezco para siempre a ese grupo de hombres estigmatizados, con la cara desfigurada y que ya no tiene nada de humano. Somos una cosa sin nombre. Una monstruosa masa de carnes despedazadas, de gasas y vendas, de pus, de fiebres delirantes, todo teñido por la sombra de los cañones."
Los gueules cassées permanecen en la memoria de la historia como uno de los símbolos más inhumanos y cruentos de la Gran Guerra.

Fuentes:

- Association des Gueules Cassées http://www.gueules-cassees.asso.fr/
- Delaporte, Sophie. Gueules cassées de la Grande Guerre. Paris: Noêsis, 1996.
- Dugain, Marc. La Chambre des officiers, 1999.
- Duhamel, Georges. Vida de los martires : 1914-1916. Madrid : Calleja, 1921.
- "Gueules cassées: exposition". Bibliothèque Interuniversitaire Médécine Paris. http://www.bium.univ-paris5.fr/1418/gener2.swf
- La Chambre des officiers (dir. François Dupeyron). 2001.
- Monetier, Martin. Les gueules cassées. Les médecins de l'impossible 1914-1918. Le Cherche Midi, 2009.
- Vassal, Joseph. Dardanelles, Serbie, Salonique : impressions et souvenirs de guerre (avril 1915-fevrier 1916). Paris : Plon, 1916.