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lunes, 16 de diciembre de 2013

Notre-Dame de Lorette (Nuestra Señora de Loreto), mayo-junio 1915


Los sangrientos combates por Notre-Dame de Lorette en 1915 fueron de los más duros del frente occidental. Circunscrita en la Segunda Batalla del Artois, la reconquista de la posición de la antigua ermita buscaba romper la línea alemana en el eje Loos-Givenchy-Thélus donde el objetivo final era la cresta de Vimy (Vimy ridge). Su peculiar morfología y altura la convertían en un lugar de observación privilegiado, tanto para la artillería como para el control de efectivos enemigos. Como la Butte de Vauquois - aunque sin minas- Notre-Dame de Lorette cambió de manos en numerosas ocasiones en solo catorce días de brutales combates. El resultado fueron miles de muertes por una simple colina y la posterior mitificación como carnicería inútil.

Patrón equivocado
A pesar de la concienzuda preparación francesa y de la colaboración británica (Festubert y Aubers), Notre-Dame de Lorette y Vimy repitieron la lógica macabra de los desastres del verano del 14 y de la Champagne de principios de 1915. Las correcciones y modificaciones tácticas no fueron suficientes: la offensive à outrance volvió a fallar sin apoyo eficiente y continuado de la artillería durante el ataque. El Pétain de la 'artillería conquista y la infantería ocupa' aún tenía que pulir su método. Nombrado por Foch jefe del 33º Cuerpo de ejército, dispuso de una preparación artillera fuera de lo común y de reservas suficientes en caso de rotura del frente. Pero cometió algunos errores. El primero iniciar el bombardeo dos días antes del ataque (serían cinco) malbaratando la carta de la sorpresa. El segundo situar las tropas de reserva a más de 8 kilómetros de distancia del frente. Las equivocaciones del pasado se enquistaban. De hecho, Loos y todas las ofensivas aliadas hasta mediados de 1917 (Passchendaele incluída) tuvieron un patrón desgraciadamente común: 
1º Apoyo artillero deficiente e intermitente a lo largo de la operación. 
2º Reservas mal dispuestas o rezagadas. 
3º Graves deficiencias en las comunicaciones. 
4º Nula coordinación e improvisación de los mandos intermedios y 
5º Visión nula u obtusa de los mandos superiores junto a un desprecio absoluto por sus tropas. Con estos factores el resultado sería el mismo en todos los casos: masacre de miles y miles de soldados a cambio de decenas o cientos de metros. Notre-Dame de Lorette sería el summum.

La mejor defensa es un terreno inconquistable
La vieja ermita, lugar de peregrinación y devoción antes de la guerra, se encontraba al final de una cresta que va de oeste a este, mas o menos de Bois (Bosque) Bouvigny hasta los aledaños de Souchez. Desde Lorette, en la parte oriental de la cresta (170 metros sobre el nivel del mar) y a unos 15 km de Arras, se divisaba la práctica totalidad del sector del Artois y, por supuesto, la cresta de Vimy. Lorette suponía el punto de apoyo al oeste en la línia de ataque y su toma significaba una baza importante en el éxito de la operación. Su conquista, sin embargo, sería durísima, no solo por la escarpada orografía sino por la fuerzas alemanas que la defendían desde octubre de 1914. La zona septentrional de la cresta no presentaba una orografía complicada pero la vertiente meridional - formada por media docena de escarpadas laderas junto a estrechos y abruptos barrancos - ofrecían una defensa natural dificilmente franqueable y un ataque poco halagüeño desde el punto d'Ablain Saint-Nazaire (aún en manos alemanas).
Desde finales de 1914 el 21º Cuerpo de Ejército francés del General Maistre conocía muy bien la posición. En enero de 1915 habían puesto los pies en la parte más occidental del promontorio (Éperon de Mathis). En marzo y abril cayeron el Grand Éperon y l'Éperon des arabes. La posición de Lorette, sin embargo, permanecía a casi 1 kilómetro de las posiciones de vanguardia francesas. Las débiles defensas de la vertiente norte decidieron a los mandos alemanes por formidable sistema defensivo en el sector nordeste de la cresta. Cinco líneas de trincheras protegidas de sacos terreros, nidos de ametralladora en pequeños blockaus (blocaos) situados en los flancos, un nutrido campo de alambradas junto a barreras móviles y caballos de frisia protegían la posición de Notre-Dame desde el norte y el este, más o menos desde l'Èperon (espolón) des arabes. En puntos determinados y entre líneas se construyeron pequeñas fortificaciones anticipando los futuros blockhaus que en algunos casos contaban con fosos y muros de más de 6 metros de profundidad, como el del Fortin de la Chapelle. Junto a las formidables defensas, gran parte de las tropas que defendían la posición pertenecían a un regimiento de élite badenburgués apoyado por una importante concentración artillera en las posiciones de Angres y Liévin. De esta forma, cualquier ataque francés que cruzase la pequeña meseta de Lorette estaría sometido a una impresionante lluvia de fuego. Los mandos franceses sabían de lo imposible del ataque, pero confiaban en tomar Ablain Saint-Nazaire que favorecería el avance cubriendo uno de los flancos.

Mayo 1915
El bombardeo artillero francés se inició el 4 de mayo. Pero el mal tiempo obligó a posponer el ataque de la infantería hasta el 9. El efecto sorpresa se fue con la lluvia. La magnitud del bombardeo y los fuertes aguaceros dejaron un terreno impracticable pero los planes de ataque no se modificaron. En el sector más occidental del ataque, tres regimientos de infantería y tres batallones de cazadores al mando del general Maistre saltaron de las trincheras a las diez de la mañana del 9 de mayo. Su objetivo era desalojar a los alemanes del fortín de la Chapelle en su camino hacia los restos de la ermita para ocupar posteriormente toda la cresta de Lorette hasta su punto más oriental, con vistas a Souchez y con Ablain Saint-Nazaire en su flanco meridional. El objetivo, Lorette aparte, era proporcionar fuego de flanco en apoyo al avance perpendicular hacia la cresta de Vimy. El avance fue durísimo. Las condiciones del terreno junto a un mortífero fuego de ametralladora alemán hicieron mella en la ofensiva. Tres horas después y tras cruzar varias líneas de trinchera abandonadas, el grueso de las tropas estaba a unos doscientos metros del fortin de la Chapelle. Hubo reagrupamiento y al poco se inició el ataque en semicírculo. Las ametralladores del fortin barrieron cualquier avance. Las bajas fueron terribles. Pura carnicería. La artillera desde Souchez y Liévin remataron la faena. El mando francés decidió suspender los ataques pero ordenó un claro 'ni un paso atrás'. Llegó la noche y los restos de las compañías dispersas, algunas lideradas por sargentos o caporales, se refugiaron en los cráteres de obús y se parapetaron bajo los cuerpos de soldados alemanes. Llegaron refuerzos alemanes y los temidos contraataques. Se llegó al cuerpo a cuerpo y a la bayoneta. Los franceses lograron rechazarlos. El día 10 la situación de las tropas francesas era muy delicada. Sin apoyo de retaguardia y con un fuego artillero de flanco pocas eran las opciones. Avanzar o avanzar. Los compañeros de la 70ª división tampoco pudieron tomar Ablain Saint-Nazaire. Al acoso artillero se sumaron el calor, la sed y el hedor de los muertos en descomposición que los obuses habían desenterrado. Un horror.
Durante dos días la situación se mantuvo estable. Del 10 al 12 de mayo los supervivientes aguantaron como pudieron los contraataques alemanes, que mantenían abiertas las vías de Souchez y Ablain Saint-Nazaire. El 12 a la noche el contingente superviviente de los chasseurs (cazadores) tomó la iniciativa. Un pequeño grupo reptó hasta la base del fortín y cubrió - parcialmente - las troneras de las ametralladoras con sacos terreros. Lo consiguieron a medias, muchos cayeron, pero ralentizaron el tiro y el resto de la infantería cruzó algunos parapetos en dirección al fortín. Una vez rodeado se luchó cuerpo cuerpo hasta acabar con la resistencia alemana. El grueso de las tropas se dirigió hacia el resto de la cresta pero no de toda la meseta. El punto más oriental estaba todavía en manos alemanas. Concretamente los espolones de Souchez y el de Voie Blanche (vía blanca).
A pesar del pésimo estado del terreno, los franceses avanzaron los días siguientes hasta tomar el espolón Souchez. La Voie Blanche, sin embargo, se mantenía inexpugnable. El fuego de ametralladora era mortífero. Hasta el 22 de mayo, la línea francesa en la cresta de Lorette tuvo forma de semicírculo. Ablain Saint-Nazaire, la punta más oriental de Lorette y la zona de Angres-Liévin permanecían en manos alemanas. El mando francés dispuesto a cerrar el capítulo Lorette puso todas sus energías en la conquista de los reductos. Los alemanes no se lo pusieron fácil. Después de más de trece horas de combates con sendos contraataques toda la meseta de Lorette cayó de lado francés. Solo resistía la vertiente oriental hacia Souchez, pero las alturas ya eran francesas. Los defensores alemanes perdieron en un solo día tres mil hombres. De los franceses se desconoce el número pero se calculan muchos más. Comenzó el mito Notre-Dame de Lorette. En el emplazamiento de la antigua ermita se erigió la necrópolis más grande de todas las dedicadas a los caídos de la Gran Guerra con un camposanto para 23.000 caidos.

Fuentes:
Conquête du massif de Lorette. Notre épopée, 1914-1915. Paris, Société Française d'Imprimerie et de Librairie,1916, p. 268 ss. 
Laure, Auguste. Lorette, une bataille de douze mois, octobre 1914-octobre 1915. Paris : Perrin et cie., 1916.
http://chtimiste.com/batailles1418/1915artois1.htm http://www.nordmag.fr/patrimoine/histoire_regionale/premiere_guerre/lorette.htm http://centenaire.org/sites/default/files/references-files/guide_circuit_npdc.pdf

martes, 27 de agosto de 2013

El perfeccionista turco: Mustafa Kemal en la Gran Guerra (I)


Cuenta la leyenda que un profesor de matemáticas lo 'rebautizó' como Kemal (perfeccionista) por sus dotes con el cálculo, pero especialmente por su carácter. Nacido en Salonik (Thessalonica) el 1881, la temprana muerte de su padre y la ausencia de una figura paternal lo decidieron por el mundo castrense siendo muy joven. La instrucción militar de Mustafa - su verdadero nombre - se inició en Tessalonica en 1894, prosiguió en Bitola (Monastir) durante 1896-1899 y terminó con la graduación en la Escuela de oficiales en 1905, previo paso por la Academia militar de Istanbul (1899-1902). Durante los años siguientes (1905-1911) alternó variopintos destinos (Damasco, Albania, Francia o Bulgaria) con una tímida adhesión política al lado de los Jóvenes Turcos. Mustafa Kemal, sin embargo, no era un intrigante de salón. Militar ambicioso y de gran visión, sus experiencias como observador militar en Francia (1910), junto a valiosas lecturas, le proporcionaron un enfoque más amplio de la táctica y una asombrosa capacidad para la motivación y conducción de tropas. Fruto de esa minuciosidad y observación publicó dos obras destinadas a oficiales de infantería entre 1910 y 1911 donde exploraba conceptos tácticos, nociones de mando y psicología de tropa que aplicaría posteriormente en las campañas de Gallipoli o Anatolia. 

Líbia
Kemal, sin embargo, era un hombre de acción. No dudó en enrolarse como voluntario cuando el gobierno pidió oficiales para ir a combatir a los italianos en Líbia. En noviembre de 1911 fue nombrado jefe de logística del general Endhem Paşa. Un mes más tarde fue ascendido a comandante y se le asignó el mando de una compañía regular y un contigente de casi 8.000 nativos con los que en octubre de 1912 lograría rechazar una ofensiva italiana en la zona de Derne. La guerra ítalo-líbia fue un campo de pruebas. 
Su experiencia líbia le proporcionó tres grandes lecciones. Cómo enfrentarse con un puñado de tropas a un ejército superior y mejor pertrechado aliándose con el terreno. La importancia de la coordinación, confianza y empatía con sus oficiales. A pesar de dirigir personalmente las operaciones, Kemal decidió otorgar a la oficialidad un margen de maniobra que les confiriese una mayor confianza y determinación en sus decisiones tácticas. Y por último cómo mantener una disciplina firme en la tropa evitando la ociosidad y la posible dejadez de la cotidianidad, a pesar de crear un clima de entendimiento y familiaridad con los oficiales. Comprobó que la disciplina y el orden favorecían el esprit de corps otorgando al oficial al mando un papel de verdadero líder. Kemal volvió a Istanbul en octubre de 1912 sin apenas una mención de reconocimiento. Causas? Posibles maniobras (y envídias) de Enver Paşa. 

Guerras balcánicas
En octubre de 1912 mudó de conflictó. Sin tiempo para sacudirse el polvo del desierto le estalló la Primera Guerra Balcánica. Montenegro invadió el norte de Albania el 8 de octubre. Grecia, Bulgaria y Serbia también querían parte del pastel otomano y la Puerta Sublime tenía demasiados enemigos: era vital cerrar frentes. El 15 de octubre cedía Líbia a Italia a través del Tratado de Ouchy. Centrados en el frente europeo, el ejército turco pudo defenderse a duras penas. En las primeras semanas perdió Macedonia y el sur de Albania. Acosado y en franca retirada, el gobierno turco decidió negociar. En balde. Grecia pedía Yanya. El 9 cayó Tessalonica y el ejército turco ya solo defendía Istanbul. Kemal fue destinado el 25 de noviembre a Gallipoli como director de operaciones del Cuerpo de ejército Bolayir al mando del general Fahri Paşa. 
Los hechos del 13 de enero de 1913 cambiaron totalmente la perspectiva. Un golpe militar conducido por el sector más reformista del Comité para la Unión y el Progreso (los Jóvenes Turcos) depuso al Ministro de la guerra e instaló de facto la dictadura de los tres paşas: Mehmet Talat (Ministro del Interior), Ismail Enver 'Enver Paşa' (Ministro de la Guerra) y Ahmed Djemal (Ministro de la Armada). Enver Paşa, alma mater del nuevo gobierno, decidió reanudar la guerra sin complejos. Primera medida: levantar el cerco sobre Edirne (Adrianópolis) y liberar a los ocupantes. Para la toma de Adrianópolis se contó con el Cuerpo de ejército de Bolayir y parte de las reservas del Xº Cuerpo. La ofensiva se preparó como una operación anfibia que situaria a parte de las tropas turcas tras las líneas búlgaras para intentar un ataque envolvente. El plan fue un fracaso. El 8 de febrero el grueso del Bolayir se enfrentó a la vanguardia del ejército búlgaro en campo abierto sin la ayuda del Xº Cuerpo (hubo un retraso de 12 horas) provocándole un gran número de bajas. La reconquista de Edirne se había planteado como una cuestión de orgullo nacional pero la realidad militar se impuso a la política. La fallida ofensiva afloró las rencillas entre los militares y los advenedizos como Enver al mando del desembarco fallido. 
El Xº Cuerpo fue enviado a Gallipoli a cubrir las bajas del Cuerpo de Ejército Bolayir. El general Hurchid se hizo cargo de los dos grupos pero situó a Enver Paşa como Jefe de Estado Mayor, hecho que enfureció a Fahri y, por descontado, a Kemal que presentaron sendas dimisiones. Descartadas por Ahmed Izzet, jefe supremo del ejército turco, decidió situar a Mustafa Kemal como jefe del estado mayor del Bolayir mientras, por consejo de Fahri y del mismo Kemal, el Xº Cuerpo era devuelto al frente europeo. Adrianópolis cayó finalmente del lado serbio-bulgaro y el 16 de abril se llegó a una tregua. El Tratado de Londres se firmó a finales de mayo pero la sombra de la guerra sería alargada. Los antiguos aliados de la Primera Guerra Balcánica se enfrentaron por el botín, siendo la más malparada Bulgaria. Unido a Montenegro y Rumanía, el imperio lograría que Bulgaria se retirase de la Tracia oriental y de Adrianópolis. Kemal también participó en la Segunda Guerra Balcánica y preveyendo el desenlace partió con una brigada pero fue Enver Paşa quién llegó, venció y reclamó como suyo el triunfo. Enver se proclamó el 'libertador de Adrianópolis' ante la opinión pública turca y Kemal comenzaba a entender el factor propaganda. 
A principios de 1914, el ascenso meteórico de Enver Paşa culminó con su autodesignación como Jefe Supremo del ejército turco. Ante los vientos de cambio y dadas sus malas relaciones, Kemal decidió acompañar al nuevo embajador de Bulgaria como agregado militar. Kemal y la historiografía apologética tienden a describir el breve periplo de retiro voluntario para el estudio. Otras fuentes menos indulgentes consideran que fue más bien un autoexilio. La posterior purga en el ejército otomano dio la razón a Kemal. Enver depuró a todo aquel que le pudiese hacer sombra: más de 1.000 oficiales entre los que se contaban 2 mariscales, 30 generales de división y casi 100 generales de brigada. Por su parte, Kemal aprovechó su estancia de medio año en Sofía para pulir su vertiente política y serenar los ánimos con Enver. 

Primera Guerra Mundial
La intervención turca en la guerra europea sorprendió a Kemal en Sofía. A las pocas horas de la declaración de guerra a la Entente (5 de noviembre 1914) pidió su reingreso a filas. El 20 de enero de 1915 se le dio el mando de la recién creada 19ª División (57º, 72º y 78º regimiento). Pasada revista el 5 de febrero, Kemal informó a sus superiores que los regimientos 72º y 77º estaban formados exclusivamente por soldados árabes con apenas experiencia y entre los que se contaban numerosos miembros de las minoria yazidí, contrarios a la guerra. El mando insistió en el destino y lo conminó a intensificar la instrucción del contingente en Gallipoli. Kemal apenas tuvo 15 días para entrenar e instruir a la nueva unidad. El 25 de febrero, y ante la inminencia de un desembarco anfibio de la Entente en Gallipoli, se le ordenó tener preparadas a sus fuerzas en la orilla asiática (Çannakale) del estrecho de los Dardanelos. 

Gallipoli
Ideada como solución a la parálisis del frente occidental, el plan original aliado era tomar Istanbul forzando los Dardanelos con una flotilla francobritánica. Tras controlar el Mar Negro, Rusia sería abastecida por la Entente (Alemania había cerrado el Mar Báltico) y el cerco terrestre sobre las Potenciales centrales se estrecharía accelerando así el final de la guerra. Obtenido el visto bueno por los gobiernos aliados, a mediados de febrero de 1915 el contingente naval se reunió en la isla de Imbros. La operación comenzó el 19 de febrero con el bombardeo sistemático de las defensas turcas situadas en el litoral oriental de la península. A pesar del duro castigo, los supervivientes turcos de las baterias - junto a las redes de minas - lograron contener el golpe y volver a sus puestos. Al mando de las tropas turcas se encontraba el general Liman von Sanders que hacía menos de una semana que había sido destinado a Gallipoli con el 5º Ejército turco incluidos Kemal y su 19ª División de reserva. El mal tiempo frenó los ataques navales que no se reanudaron hasta el 25 de febrero. A pesar de las astutas recomendaciones de Liman von Sanders para cambiar el emplazamiento de las baterías, los aliados lograron destruir gran parte. Igualmente, y a pesar de la limpieza, el peligro de minas seguía latente por lo que el paso de los navíos entrañaba un gran riesgo. El Almirantazgo presionaba, pero el Almirante Sackville Carden pedía cautela anunciando que Istanbul caería en dos semanas. Tras el empleo de dragaminas civiles, el grueso del ataque naval se reanudó el 18 de marzo. El ataque tuvo un éxito parcial. La práctica totalidad de las baterías fueron eliminadas pero el factor fortuna jugó del lado turco. Un campo de minas secreto hundió al acorazado francés Bouvet, al HMS Irresistible y HMS Ocean de la Armada británica y otros tantos sufrieron graves daños como los franceses Gaulois y Suffren y el británico HMS Inflexible. Los éxitos terrestres no consiguieron tranquilizar al Almirantazgo que ordenó el repliegue y el abandono de la operación naval. Los turcos estaban al límite de sus fuerzas, pero las pérdidas en buques decantaron la balanza. Churchill pasó al plan B: desembarco anfibio y operación terrestre en Gallipoli. 
La inteligencia alemana sabía de los planes francobritánicos pero desconocía el emplazamiento del desembarco principal. Por ello, el Alto Mando turco había enviado una fuerza suplementaria a Gallipoli de 84.000 efectivos (5º Ejército) al mando de Liman von Sanders. El general alemán, promotor de una defensa móvil, decidió situar en los puntos costeros a pequeños destacamentos y disponer el grueso de las tropas en el interior. Advirtió, sin embargo, de la importancia en las comunicaciones entre unidades. Kemal, contrario a las ideas de Liman von Sanders, consideró que era necesario tomar ventaja a los invasores disponiendo del grueso de las tropas en las playas. El alemán, sospechando que el desembarco principal sería en el norte dispuso el grueso de sus tropas (5ª División y la brigada de caballeria) en el istmo de Bolayir (Bulair). El resto de la península quedaría en manos de Echad Paşa que comandaba el III Cuerpo (7ª y 9ª División). La 7ª se situó al sur de Bulair, cerca también del istmo. La 9ª cubririá la parte meridional de la península y la 19º de Kemal se mantendría en reserva en el interior. En el lado asiático de los Dardanelos estaba el XVº Cuerpo al mando del general alemán Weber. 

Chunuk Bair (25 de abril): adagietto con moto
El 25 de abril de 1915 comenzó la campaña terrestre de Gallipoli. El general británico Sir Ian Hamilton al mando de la Mediterranean Expeditionary Force (MEF) contó para el ataque con 75.000 soldados. Su plan consistió en un triple desembarco y un señuelo. La 29ª División británica desembarcó en el extremo más meridional de la península, el cabo Helles; la 1ª División francesa en el lado asiático de los Dardanelos (Kumkale) y las dos divisiones ANZAC en la costa egea entre Ariburnu Cove y Gaba Tepe. Según lo planeado y después de asegurar las cabezas de puente, el grueso de las tropas australes tomaría la posición elevada de Mal Tepe y cortaría las comunicaciones entre la parte norte y sur de la península que quedaría aislada del continente. Junto a los movimientos planeados, una pequeña flotilla en el golfo de Saros simularía una operación anfibia confirmando los temores de Liman von Sanders y distrayendo su atención del ataque meridional, que realmente se consiguió. Liman von Sanders y Echad Paşa permanecieron todo el día 25 en el istmo de Bolayir (Bulair) mientras los ataques eran en el sur. 
Los británicos y los ANZAC desembarcaron en territorio defendido por la 9ª División turca. La 1ª Division australiana desembarcó en Ari Burnu (Anzac Cove) sobre las cuatro de la madrugada con la misión de penetrar y tomar las tres colinas en dirección a Chunuk Bair. A las cinco y media el coronel Sami (9ª División turca) fue informado de los desembarcos en Anzac Cove y el Cabo Helles (Cape Helles). Siguiendo lo establecido, Sami envió a Anzac Cove dos batallones y una compañía de ametralladoras del 27º regimiento y avisó a la 19ª División en reserva. A las nueve de la mañana y tras 3 horas de marcha, el 27º regimiento (Mehmed Chefik) llegó al sector donde las ANZAC ya habían ocupado dos de las colinas, logrando repeler los ataques en la toma de la tercera (Gun Ridge). Poco antes, sobre las 8.30 h. fue informado de que Kemal venía en su auxilio con el 57º regimiento y una batería de montaña. Antes de partir y durante dos horas, Kemal intentó contactar en vano con Liman von Sanders o Esad Paşa en el cuartel general en Gelibolu (Gallipoli). Desconocía la situación en la costa egea, pero optó por situarse en las alturas de Conk bayiri (Chunuk bair) y desde ahí resistir a los ataques enemigos que -como bien preveía- querrían cortar las líneas de norte a sur de la península. 
La apuesta era muy arriesgada, pero la ausencia de mandos y su intuición fueron determinantes. Mustafa Kemal llegó al sector a media mañana. Los Aussies (las tropas de las ANZAC) seguían dueños de las dos colinas a pie de costa, pero la tercera seguía en manos del coronel Sami. Pasado mediodía Esad Paşa fue informado del ataque anfibio y decidió que el 27º regimiento también pasase a manos de Kemal que poco pudo hacer antes que anocheciese, salvo recuperar dos pequeños promontorios. Hamilton había logrado desembarcar a 8.000 soldados en Anzac Cove, pero el caos, la inexperiencia de algunos mandos y el hostigamiento desde las alturas de las tropas de Kemal confinaron su cabeza de puente a poco más que una playa y sin apenas cobertura bajo el fuego enemigo. Permanecerían así durante meses. Kemal se licenció en Chunuk Bair. Con apenas 34 años y con tropas aún bisoñas en combate supo exprimir lo mejor de ellas. Suplió su inexperiencia con una fe ciega en su mando y ante la ausencia de proclamas invocó el orgullo patrio y la memoria de ridículos pretéritos. Kemal traspuaba determinación, arrojo, valentía y una fe inquebrantable en la victoria. Sus experiencias líbias y balcánicas, así como sus múltiples lecturas, habían forjado en él una virtud inusual para el mando. Sus tropas lo idolatraban y es por ello que su legendaria frase 'no os ordeno que ataquéis, os ordeno que muráis' cobra toda su dimensión y sentido. 

Chunuk Bair (8-10 agosto): larghetto con tempo giusto
La actuación de Kemal impresionó a Liman von Sanders. No obstante, y ante la posibilidad de que hubiese sido un golpe de fortuna, le envió un comandante alemán como jefe de estado mayor que envió de vuelta en mayo. Kemal reconocía -a regañadientes- la autoridad del alemán pero no permitiría que nadie dudase de él o de sus hombres. El mando británico por su parte buscaba romper el cerco. Las moscas, el calor, la sed y sobretodo la disentería estaban diezmando de forma alarmante las fuerzas de la MEF. Hamilton insistió en su idea inicial (capturar Gun Ridge), pero esta vez buscaría una alternativa: desembarcaría unas 20.000 tropas (IX Cuerpo británico) en la bahía de Suvla para distraer la atención hacia el norte y permitir el progreso desde Anzac Cove hacia el interior con un movimiento envolvente norte-sur. 
El desembarco fue la noche del 6 al 7 de agosto. Se tomaron posiciones en el sector, pero otra vez las fuerzas turcas contuvieron a los británicos que tuvieron que parapetarse en las playas. Liman von Sanders reaccionó presto y ante las dudas de un oficial al mando lo sustituyó por Kemal el día 8. Señuelo o no, el ataque desde Anzac Cove hacia Chunuk Bair fue casi un éxito. Tropas angloaustralianas lograron tomarla en la madrugada del 8 de agosto tras duros combates y un certero apoyo de la artillería naval. El ataque parecía triunfar, salvo en Suvla. El mando turco no desesperó. Demostradas sus dotes y magnetismo con las tropas, Liman von Sanders encomendó a Kemal la dirección del nuevo grupo de combate Anafartalar (XVIº Cuerpo, 9º Division y el grupo Willmer). Estabilizado el frente, el día 10 decidió reconquistar Chunuk Bair. Conocedor de la zona y de los puntos débiles defensivos, se puso al frente de seis batallones para el ataque que comenzó a las 4.30 h. de la mañana. Con la bayoneta calada, sin apoyo artillero y en absoluto silencio, la infantería turca cogió por sorpresa a los pocos supervivientes de Chunuk que a las 12.45 abandonaron sus posiciones ante la falta absoluta de refuerzos. 
La reconquista de Chunuk Bair fue el resultado de una meticulosa preparación ejecutada a la perfección. Incluso la Historia oficial británica describió la batalla de 'contraataque turco perfectamente planeado'. El perfeccionista tenía admiradores británicos ! La batalla, sin embargo, no fue gratuita. En cuatro días de combates los turcos perdieron 17.000 soldados, los aliados 25.000. Para setiembre de 1915 Kemal estaba deshecho física y mentalmente. A pesar de sus tensas relaciones, reclamó a Enver que lo reasignase a otro destino ya que parecía que británicos y australes se habían resignado sobre Gallipoli. Liman von Sanders lo frenó. Al describirlo 'de oficial competente y excepcionalmente talentoso' lo condenó tres meses más en Gallipoli. No recibiría su nuevo destino hasta el 5 de diciembre. La fortuna estaba otra vez del lado turco: el War Council británico había decidido abandonar Gallipoli el 4 de noviembre. Instalado en Istanbul, Kemal supo que la MEF se retiró de las playas de Suvla y Anzac el 19-20 de diciembre y de Cabo Helles el 8-9 de enero de 1916 sin apenas bajas, produciéndole un enorme enfado y estupefacción. La campaña de Gallipoli le proporcionó prestigio en los círculos militares, aunque la prensa -controlada por Enver- desconociese su fama de líder militar en ascenso. Hans Kannegiesser, coronel bajo el mando de Kemal durante la batalla de Anafartalar, definió perfectamente la campaña de Gallipoli y el peso de Kemal en su resultado afirmando que 'lo psicológico ha triunfado sobre lo físico, y lo espiritual sobre lo material'.

Continua en: El perfeccionista turco: Mustafa Kemal en la Gran Guerra (II)

jueves, 10 de enero de 2013

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (VI)


Acto V y último: 'Il Maggio radioso'
La rúbrica del Tratado de Londres el 26 de abril desencadenó los hechos a velocidad endiablada. El 4 de mayo Sonnino comunicó a Viena su desvinculación de la Triplice y Cadorna recibió órdenes de acelerar la mobilización. Paralelamente, calles y las plazas seguían siendo un hervidero de manifestaciones interventistas y actos en favor de la guerra, a pesar de que la gran mayoría de la población se mantenía en una neutralidad silenciosa. Aunque el Parlamento permanecía cerrado -no había sesión hasta el 19 de mayo- el Consiglio no descansaba. Consciente de ello, Giolitti volvió a Roma el 9 para conversar con Salandra y otros miembros de su gobierno sobre la veracidad de determinados rumores sobre la entrada de Italia en la guerra.
La tensión política iba en aumento. Mientras la mayoría parlamentaria (liberales, católicos y socialistas) mantenía posturas claramente neutralistas, las demostraciones de la pequeña minoria interventista subían de tono. Roma cogió el testigo de los sucesos de Génova y los grupos interventistas, formado mayoritariamente por estudiantes, organizaron día tras día actos -no siempre pacíficos- en favor de la intervención.
En la arena política, y a pesar de que no consiguió conocer de primera mano la existencia de ningún tratado, Giolitti supo intuir cuáles podían ser los movimientos del gobierno Salandra. Se entrevistó con el ministro del Tesoro, con el rey y con el propio Salandra para hacerles saber que no era el momento de entrar en guerra y que, en caso de derrota austríaca, se 'conseguiría' igualmente parte de la lista giuliana negociando con los vencedores. En la misma línia y sabedores de las intervenciones de Giolitti en favor de la neutralidad, unos trescientos parlamentarios y un centenar de senadores le mostraron su total adhesión dejándole en su domicilio sus tarjetas de visita. Era un muestra expresa del apoyo parlamentario a la neutralidad y una muestra de palmaria desconfianza ante las tareas del gobierno Salandra respecto a la guerra.
El golpe de efecto del Parlamento neutralista desconcertó al gobierno y al sector interventista. La división era cada vez más visible y aunque Salandra no parecía inmutarse, el desconcierto dio paso a la ira y a la reacción de los sectores autoritarios, así como a todo el interventismo radical y democrático que empleó todas sus fuerzas para mantener a Italia en la senda belicosa. La prensa afecta sacó a relucir todo su 'arsenal' y los máximos exponentes del interventismo militante como d'Annunzio no escatimaron medios ni verbo para vilipendiar y violentar a los sectores neutralistas, parlamentarios y Giolitti incluidos.
Agazapado tras el ruido, Salandra ultimó su jugada maestra. Ante la ausencia de apoyos y la falta de confianza en su gobierno, el 13 de mayo presentó la dimisión irrevocable de su gabinete al rey Vittorio Emanuele III. El monarca, sabedor del pacto y activo interventista, no tuvo otra opción que ofrecerle la llave del Consiglio a Giolitti, que éste rechazó. El viejo estadista piamontés intuyó un posible acuerdo con la Entente y no quiso verse envuelto en semejante tesitura. La historiografía posterior ha señalado que un gobierno Giolitti podría haber dado marcha atrás en lo concerniente a Londres, pero las mismas fuentes señalan que no se sintió con fuerzas para luchar en dos frentes: plantar cara a la Entente y sofocar un incendio interno con tantos pirómanos sueltos. En este punto radicó la hábil maniobra de Salandra. Sabía que Giolitti no querría llevar a Italia a una guerra incierta, pero que tampoco querría extenuarse en apagar la creciente tensión de la calle. Él, en cambio, estaba en su salsa. Tiraría adelante con la intervención en la guerra y de paso acrecentaría en control policial interno con la excusa de la ampliación de poderes.
Los días posteriores a la dimisión del gabinete Salandra supusieron un rosario de manifestaciones y algaradas en las principales ciudades italianas. El cénit se decantó totalmente a Roma, donde el 15-16 de mayo se alcanzó el clímax interventista. Que la escalada de violencia verbal y física comenzaba a ser alarmante lo demuestra el hecho de que el propio Giolitti fuese increpado y zarandeado por un puñado de interventistas radicales que lograron entrar a la fuerza en el edificio del Campidoglio.
Ante la negativa de Giolitti de aceptar el encargo presidencial, Vittorio Emanuele volvió a ofrecerle el Consiglio a Salandra. La renuncia de Giolitti dejó huérfanos y desconcertados a los sectores neutralistas del Parlamento mientras la ruidosa minoría interventista incendiaba la calle por la guerra y los sectores silenciosos del neutralismo social se quedaron en sus casas. El 'partido de la guerra' -según terminología de M. Isnenghi- había triunfado.
El ruido callejero se acrecentó con la reanudación de las sesiones parlamentarias el 19 de mayo. El Parlamento, más que un órgano de soberanía popular, se había convertido en una caja de resonancia de la nueva política de la piazza. Los acordes de la política fatta entre adoquines resonó por todas las bancadas a modo de amenaza y coacción. De esta forma, y como colofón a meses de tensión, el 20 de mayo el Parlamento apoyó la decisión de intervenir en la guerra y votar a favor de los créditos de guerra presentados por Salandra. El 24 de mayo Italia entró en guerra con la Entente y muy especialmente contra Austria-Hungría.
Las 'giornate radiose di maggio' o il maggio radioso', tal y como las describió d'Annunzio,  significaron una de las grandes cesuras de la historia de la Italia del siglo XX. La teoría del 'golpe de estado' ha surgido en numerosas ocasiones como explicación para describir el proceso político e institucional que culminó en mayo de 1915 con la entrada de Italia en laQue las negociaciones con la Entente fuesen secretas, que hubiese incluso miembros del propio gabinete Salandra que no estuviesen informados o que -más grave aún- no se informase en ningún momento a la oposición de los tratos con los aliados denota una falta extrema de pulcritud democrática que acabaría lastrando el sistema político italiano en 1922. Sin embargo, lo que sí significó un cambio en la vida política italiana fue la aparición de una nueva forma de hacer política. Una política más gestual que teórica, que amparada bajo el nuevo rol de la sociedad de masas usó el espacio público de la plaza y la calle para edificar una alternativa a la política oficial. La piazza se convirtió en el ágora desordenada donde intelectuales y sindicalistas extremistas incitaron a una parte muy definida de la sociedad liberal, estudiantes universitarios sobretodo, para repetir y reiterar hasta la saciedad algunos de los 'mantras' que más tarde utilizaría el fascismo en plena década de los veinte.
Así pues, en la teoría del 'colpo di stato', a banda de figurar en el elenco de protagonistas un sector muy concreto de políticos con extensas e indisimuladas relaciones con elementos muy destacados del mundo de la banca, la industria y de los medios de comunicación, se añadió el nuevo coro de representantes de una cultura subversiva con el dogma, el sistema y las formas de la vieja política. Lo que ignoraban los que detentaban el poder en 1915 es que siete años más tarde su falta de visión y miopía junto a la perversión de las normas más elementales del juego liberal les pasarían factura. La nueva política della strada e la piazza aprovechó la crítica posguerra y las grietas del política oficial para fagocitar lo construido en 1861.
Fuentes:
Isnenghi, M. et al. La Grande Guerra 1914-1918. Il Mulino, 2008.
Melograni, Piero. Storia politica de la Grande Guerra, 1915-1918. Mondadori, 1997.
Pieri, Piero. L'Italia nella Prima Guerra Mondiale. Einaudi, 1968.

viernes, 4 de enero de 2013

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (V)




ACTO IV. 26 ABRIL 1915: ELPACTO DE LONDRES (Y CON EL DIABLO)

Desestimadas las negociaciones con Viena, Sonnino decidió liquidar lo que quedaba de la Triplice por la vía rápida. Dio carta blanca a Imperiali, embajador italiano en Londres, para que retomase y cerrase un tratado lo más ventajoso posible con la Entente. Aunque se gestó a rebufo de algunos triunfos militares rusos, fue precisamente Moscú quién intentó torpedear el acuerdo en más de una ocasión. No por considerar exigua la ayuda militar italiana, sino porque sus pretensiones chocaban de frente con parte de los acuerdos a los que habían llegado con Italia, como el de Racconigi. Rusia consideraba que las compensaciones territoriales de la Dalmacia, la península istriana y parte de la costa albanesa perjudicarían a sus aliadas eslavas de Serbia y Montenegro. Y acertó, la postura codiciosa de Italia afectó en gran medida a la confianza generada para un nuevo status quo balcánico, que solo se superó con acuerdos puntuales y concesiones como la de Rapallo en 1920.
A pesar de las advertencias rusas, Londres y París aceptaron el acuerdo. Sabían de la limitada potencialidad del ejército italiano pero eran conscientes de que algunos de los artículos del Tratado jamás se cumplirían. Por parte italiana, la ilusa satisfacción de haber suscrito un acuerdo beneficioso para los intereses territoriales (y coloniales) patrios cegó sus graves consecuencias. En primer lugar, la obligación de entrar en guerra al cabo de un mes de haber firmado el pacto, 25 de mayo de 1915, sin haber informado previamente al Parlamento y a miembros de la oposición liberal, como por ejemplo Giolitti. Al error de cálculo interno se unía el absoluto secretismo con el que se llevaron a cabo las negociaciones y la exagerada lista de peticiones que lastraron y pervirtieron la imagenItalia en el conflicto y por la que tanto había luchado di San Giuliano en evitar.
Curiosamente, los puntos del tratado no se conocieron hasta que la prensa bolchevique publicó en 1917 algunos de los documentos que comprometían parte de la política exterior rusa como medio para desprestigiar al anterior regimen zarista. El Pacto de Londres constaba de dieciséis artículos. Los tres primeros establecían las cláusulas que regían la participación militar italiana. Los artículos 4º al 13º detallaban las compensaciones territoriales, incluyendo el Trentino, el sector de la Venezia-Giulia, la Dalmacia, Albania, partes del imperio Otomano - en caso de desmembramiento - y otros reequilibrios coloniales. El 14º 'obligaba' al Reino Unido a conceder un préstamo de guerra de al menos 50 millones de libras esterlinas, el 15º respaldaba la opción italiana de negar la mediación papal en la consecución de acuerdos de paz y el 16º, y último, establecía el carácter secreto del pacto, el calendario de intervención y la negativa a que Italia firmase la paz por separado con algunos de sus enemigos, suscribiendo de paso el acuerdo de 5 de setiembre de 1915 que habían firmado Francia, Gran Bretaña y Rusia.
El conocimiento del Pacto de Londres por la opinión pública comprometió los intereses italianos y lanzó una seria duda sobre los presuntos valores defendidos en la guerra. La fórmula de Italia pediendo y la Entente concediendo dañó a la imagen civilizatoria de la guerra. Fue precisamente esta visión de 'mercadeo persa' la que acabó dando al traste con gran parte de la reclamaciones italianas en Versailles. En junio de 1919, Francia se desdijo de algunas de las peticiones 'exageradas' - atendiendo, claro, a intereses particulares; el Reino Unido se autoexcluyó y fueron los Estados Unidos, con Wilson a la cabeza, los que se negaron a ceder mucho de lo reclamado. Wilson arguyó que Versailles debía iniciar un nuevo período en política internacional y que, por tanto, no podía tolerarse que la diplomacia subterránea ni sus pactos secretos rigiesen el orden mundial.
La negativa aliada a ceder en gran parte de las peticiones italianas junto a las reacciones airadas - con abandono incluido de las negociaciones - de los representantes italianos, generó el inicio del mito de la Vittoria mutilata de inspiración fascista. El clima in crescendo de la victoria incompleta cimentó la creencia (y la propaganda) de que el sacrificio italiano en la Gran Guerra había sido en gran parte traicionado. Este fue solo uno de los efectos funestos del Pacto de Londres a nivel interno. El verdadero cataclismo político tuvo lugar en el mayo de 1915 con la obligación de aplicar el artículo 16º del tratado que consitía en proclamar el estado de guerra, movilizar al ejército e intervenir militarmente en el conflicto. Firmar un tratado fue sencillo, lo difícil sería aprobarlo por un Parlamento ignoto e ignorado y que además era claramente neutralista.
Los movimientos y maniobras que en mayo de 1915 lograron hacer entrar a Italia en la guerra fueron el punto y final de una etapa no solo política, sino histórica de Italia. La cronología política del Maggio radioso colocó al regimen liberal en el 'corredor de la muerte' y significó la entrada en escena de una nueva forma de política (y nación) completamente distinta.
Continúa en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (VI)

lunes, 10 de diciembre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (IV).

Viene de: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (III).




ACTO III. NOVIEMBRE 1914-ABRIL 1915: 'IL SACRO EGOISMO' DE SONNINO 

DRAMATIS PERSONAE III 

Sidney Sonnino 


A la muerte de di San Giuliano, la cartera de exteriores pasó a Salandra, quién tras un breve interim (4 de noviembre) la traspasó a su mentor y amigo Sidney Sonnino. De padre judío (convertido al anglicismo) y de madre escocesa, Sonnino profesaba el protestantismo en una de las naciones más católicas del mundo. No fue un obstáculo para su carrera, pero jamás tuvo el carisma o la clientela de Giolitti. Por tres veces detentó el cargo de Primer ministro del Consiglio italiano, aunque ninguno de los tres períodos superase los tres meses. Más exitoso fue su cometido como ministro de finanzas y del tesoro entre los años 1893 y 1896, donde logró capear las diferentes crisis económicas del país. No consiguió sanear totalmente la economía italiana, pero la dirigió hacia una mejor adaptación a los tiempos venideros. A pesar de sus múltiples relaciones con la prensa - compaginó durante años su carrera política con el periodismo y fue el propietario de una de las cabeceras más importantes de Italia, 'Il Giornale d'Italia' - nunca destacó por su elocuencia y oratoria. Íntegro, aunque suspicaz, trabajó siempre desde la sombra y el secretismo. 
Sonnino fue un representante destacado de la vieja derecha conservadora. Triplicista convencido, batalló para la entrada italiana en la Triplice desde 1881. Incluso desde su columna en la Rassegna settimanale rechazó algunas de la posturas irredentistas y abogó por romper el aislacionismo italiano. Su pensamiento estuvo siempre, o casi siempre, en la órbita de la Triplice. Tanto, que a primeros de agosto de 1914 reclamó a su discípulo Salandra un alineamiento claro con las Centrales. Solo los vientos de la guerra y la adopción (miope y oportunista, según Pieri) de postulados nacionalistas, le hicieron cambiar de tercio y virar hacia la Entente. El objetivo era lícito pero fallaron las formas.
Muerto di san Giuliano, Salandra y Sonnino no tardaron en caer en la trampa de presentar a Italia como una oportunista. Lastraron la imagen de la República italiana y de su participación en la guerra de interesada y egoista. Se desconoce quien lo lo acuño (Salandra o Sonnino), pero la aparición y difusión en la prensa (y luego por las cancillerías) del término 'Sacro egoismo' persiguió a Italia desde el otoño de 1914 a 1919 en Versailles. Sonnino asumió la 'lista' de di San Giuliano como dogma de fe y transformó su cartera de exteriores en maletín de vendedor de crecepelos y otros potingues. La lógica bélica, sin embargo, alteró sus planes triplicistas. Decidido a apretar (chantajear) a los austríacos, que acumulaban derrota tras derrota, se topó con la torpe miopía de la corte vienesa. Con Berchtold dimitido (o más concretamente defenestrado), Sonnino chocó con Burian, maniatado por la política inmovilista del imperio. Los rusos se retiraron de Lodz, pero los laureles pasajeros no convencieron al oscuro Sonnino, que como buen pisano era un negociante voraz. Exigió cesiones visibles e inmediatas, pero Viena recelaba de la díscola aliada. Le emplazaron al final de la guerra, pero Sonnino se impacientaba. El circo bajó el telón en abril, aunque los meses de enero a marzo de 1915 mostraron su faceta más torpe, y lo peor: anticipaban lo que ocurriría cuatro años más tarde en Versailles: impertinencia, intemperancia, impaciencia y falta de tacto. Todo lo contrario que di San Giuliano y su política de sentido común. 

Il Popolo italiano 

El volumen y complejidad de este apartado, así como el evidente protagonismo en el desarrollo de la intervención italiana en la guerra obligan a dedicarle una entrada aparte. No obstante, y para no alterar la estructura y sentido del presente artículo se ha realizado una aproximación somera sobre la sociedad italiana en la antesala del conflicto] 

La guerra fue calando desde el inicio en todos los sectores de la sociedad italiana. Desde las clases más humildes a los círculos más influyentes, el conflicto europeo se fue introduciendo de forma ininterrumpida configurando discurso, ideología y manifestación política. En este sentido, y ajenos a la política gubernamental, se formaron -de forma más o menos organizada- dos posicionamientos respecto al conflicto. Por una parte, los contrarios a la guerra se aferraron al neutralismo, aunque con matices que iban de la neutralidad más absoluta (buena parte del socialismo) a la condicionada (el bloque católico). En el extremo contrario, los partidarios de la guerra o interventistas también se dividieron en dos tendencias paralelas, formal e ideológicamente. 
En la génesis y desarrollo del neutralismo y del interventismo, el rol de la prensa y de gran parte de la intelectualidad italiana fue trascendental. La prensa enseguida tomó partido. En el bando neutralista, representado principalmente por el mundo del socialismo y del Partido socialista italiano, el diario Avanti! tuvo desde el inicio una ascendencia decisiva. Por contra, el interventismo democrático, para diferenciarlo del revolucionario o radical, tuvo en el diario milanés 'Il Corriere della sera' y en su editor jefe Luigi Albertini un paladín incansable en la lucha por su defensa. También 'Il Giornale d'Italia' de Sonnino traspuaba un indisimulado intervencionismo, al que se sumaría el beligerante 'Il Popolo d'Italia' sufragado con fondos francobritánicos y dirigido por el neoconverso Mussolini cimentando el interventismo radical de los D'Annunzio, Marinetti y co. 
La intelectualidad italiana se inclinó mayoritariamente por la intervención, aunque la guerra, y los valores que en ella se enfrentaban, dividieron al heterodoxo magma que formaban universitarios, académicos y artistas. Parte de la comunidad universitaria y académica, discípula y admiradora del gran universo cultural germano, se decantó por la causa triplicista. Mientras que por causas antagónicas y sobretodo políticas, los amantes de la cultura francesa y de los valores británicos tomaron partido por la causa aliada. 
El mundo del arte se sumió casi por completo en la causa interventista. Sus mayores exponentes, tanto escritores como artistas plásticos, militaron activamente en el interventismo radical, especialmente los representantes más destacados del futurismo como Marinetti, Boccioni, Edda, y otros. El partido de la guerra, tal como definió Isnenghi, lo formaba un conglomerado amorfo de elementos de todas las clases sociales y colores políticos. Lo que hoy se llamaría movimiento transversal, tuvo en algunos políticos, periodistas, catedráticos o artistas a sus más fervientes defensores y altavoces. En este sentido, y como gran paradoja del proceso italiano, si bien la mayor parte de italianos se abstrajeron de la guerra, fue esta masa informe la que bastió el edificio ideológico para la entrada italiana en la guerra. La creación de un estado de opinión favorable a la guerra se cimentó sobre tres factores. En primer lugar, a planteamientos políticos y nacionalistas basados en las opiniones y reflexiones del mundo académico y universitario. Sobre esta base, y tomando como bandera algunos de estos postulados nacionalistas, los artistas más significados e implicados en la causa, lanzaron una campaña furibunda en pos de la intervención del lado aliado, que encontró en determinados medios el principal altavoz y plataforma para su difusión. Y por último, el partido de la guerra se formó con aquellos políticos que, acorde con algunos círculos financieros e industriales, aprovecharon - y patrocinaron- el estado de opinión para proponer una intervención que estuviese conforme con los supuestos intereses del pueblo italiano. 
Los meses que transcurrieron de septiembre de 1914 a mayo de 1915 fueron testigos de una gran mutación en el sentir político de la sociedad italiana. No tanto por el cambio de actitudes respecto al conflicto, sino por el radicalismo que tomaron algunos de sus postulados y manifestaciones. El neutralismo siempre se movió en los esquemas de la corrección política e ideológica, como el interventismo democrático. Lo que trastocó el escenario político y la concordia social fueron los medios que utilizó el interventismo radical para imponer sus postulados. El interventismo revolucionario consiguió crispar la política italiana. Sus manifestaciones y mítines, así como los artículos de prensa de sus líderes, consiguieron crear una profunda división en el cuerpo político y social italiano. Se emprendieron campañas de acoso y derribo contra elementos neutralistas e interventistas acusados de tibieza. Se señalaron como traidores a la patria a determinados neutralistas y lo peor, la calle se convirtió en el nuevo escenario política, anticipando la política italiana del futuro. 

Mussolini 

La mayoría de historiadores definen al Mussolini prebélico de elemento perturbador. Otros de agitador y todos, de oportunista. Ciertamente, su evolución desde el neutralismo más intransigente hasta el interventismo más frenético -cito a Pieri- bebió mucho de los tres. Agente aliadófilo a banda, sus manifestaciones y sentido político concentraron en él la sintomatología de aquellos ciudadanos imbuidos por el espíritu de un interventismo militante y radical. Incluso su mutación política no fue ajena a los tiempos de la neutralidad. Abandonó a sus antiguos camaradas del partido socialista y el diario Avanti! por postulados más acordes con los signos de los tiempos. No obstante, su 'milagrosa' conversión al interventismo fue el fruto de un estudiado tacticismo político. 
En septiembre de 1914, el neutralismo del PSI comenzaba a ser visto como un elemento indolente y sospechoso de antipatriotismo (opinión impulsada, claro, por la prensa interventista), la apisonadora alemana se había parado en el Marne y el incipiente interventismo radical se encontraba huérfano de líderes. Mussolini ansiaba erigirse en 'la voz' de la marea interventista, y tras observar que la retórica y la liturgia del interventismo revolucionario se adecuaba a sus registros, no tardó en sobresalir au dessus de la melée. Como pez en el agua y desde su nueva tribuna, 'Il Popolo d'Italia', azotó con especial virulencia verbal al neutralismo y al interventismo moderados. Sin apenas diferencias, los acusó de connivencia triplicista y antipatriotismo. 
A partir del octubre de 1914, Mussolini tuvo un papel vital en el nuevo clima político italiano. La nueva forma de hacer política o, el nacimiento de 'la política de la calle' le fueron como anillo al dedo. Su afilado verbo y su gestualidad se adecuaban perfectamente a los nuevos tiempos. La confrontación política se recrudeció. El adversario político se convirtió en enemigo, y contra el enemigo se usaron todo tipo de métodos. Mussolini y sus Fasci se bautizaron en las luchas del invierno y la primavera de 1914-1915. Jamás tuvieron el carácter violento ni gangteril de los años 1919-1924, pero anticipaban lo peor. De hecho, las nuevas manifestaciones políticas y la crispación no abandonarían Italia hasta bien entrada la Segunda Posguerra. El linchamiento del neutralismo fue el primer episodio en el asalto al poder que culminaría en 1922. Mussolini, sin embargo, no fue el único culpable, sino un protagonista más. Hacia tiempo que el edificio liberal mostraba signos de cansancio estructural. Pero no fue hasta mayo de 1915 que las maniobras y requiebros de los máximos líderes del Parlamento (Salandra y Giolitti) le asestaron el golpe mortal y finiquitaron la legitimidad de la clase política italiana. 
La guerra hizo el resto. 

La política y la opinión pública se contagiaron de mútua inquietud respecto a la guerra. Posiciones claramente definidas a principios de agosto, eran ahora totalmente difusas e inciertas. Las circunstancias y el desarrollo de la guerra cambiaron perspectivas y en el caso italiano el viraje tenía visos interventistas. La neutralidad languidecía. Moría sola, pero entre todos las enterraban. La indefinición y opacidad gubernamentales junto a las ruidosas campañas en determinada prensa hicieron subir el soufflé interventista. La mayoría de la población seguía estando en contra de la intervención, pero la balanza seguía decantándose por la guerra. El triplicismo de Sonnino no estaba hecho a prueba de Marnes y, muy a pesar suyo, comenzaba a girar hacia la Entente. Los 'negocios' con las Centrales estaban encallados, o mejor, Austria no estaba por la labor de ceder en período bélico todo lo reclamado por los italianos. Burian, defenestrado Berchtold, seguía atado en corto y el círculo del Hofburg se negaba a regatear con el Trentino por muchas presiones que tuviese de Berlin. A inicios de diciembre los austríacos iniciaron otra ofensiva desastrosa contra Serbia. Los italianos, y especialmente Salandra y Sonnino, pensaron que cederían, pero tampoco. Cerraron filas y se lamieron (otra vez) las heridas y el orgullo. La opción triplicista, por racana y sobretodo por los reveses militares, comenzaba a no interesar en las altas esferas italianas. La balanza se decantaba por la 'solución di San Giuliano' aunque al obtuso grito del 'Sacro egoismo'. Con el nuevo año (1915) las cosas seguían donde estaban: Austria se negaba a cualquier concesión erritorial, Alemania clamaba por un entendimiento e Italia esperaba un gesto. Ante algunos avances exitosos de los austríacos en enero, Sonnino impelió al Hofburg a definirse, pero no logró respuesta. La paciencia del impaciente comenzaba a resquebrajarse. Ni las artes de Bülow, ahora en Roma, lograron acercar posiciones. La Entente seguía siendo más generosa y la sordera incompetente de Austria fue palmaria. Cansado y ninguneado, Sonnino ordenó al embajador italiano en Londres entablar negociaciones de alto nivel con la Entente. El Pacto de Londres comenzaba a gestarse.

Continúa en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (V).

lunes, 12 de noviembre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (III)

Viene de La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (II)




ACTO II. AGOSTO-OCTUBRE 1914:NEUTRALITÀ, SABLES INQUIETOS Y SUBASTA A LA ITALIANA 

DRAMATIS PERSONAE II 

Luigi Cadorna 


"L’operato del generalissimo fu largamente influenzato dal clima di contrasto politico nel quale si volse la guerra: contrasto fra partigiani ed avversari della guerra, a tutt’oggi non ancora spento. E poichè mio padre fu assunto ad esponente dell’intervento e dell’intransigente volontà di vittoria, è ovvio che gli eredi del neutralismo,fossero essi giolittiani, cattolici o socialisti, che la guerra subirono od in qualche modo ed in varia misura avversarono, siano poco disposti a lusinghieri riconoscimenti, anche se questi rientrano nella pura verità storica “. 

Así justificaba su hijo Raffaele, también militar, parte de la leyenda negra que acumuló su padre a lo largo de la jefatura del ejército italiano durante los años 1914-1917. Destacan dos ideas. La de un personaje mecido por las fuerzas de la historia, y más concretamente por el clima político y los ocultos entresijos del poder, y por otro lado, la creencia de que los partidarios de la neutralidad (giolittianos, católicos y socialistas) tergiversaron parte de su trayectoria a sabiendas de falsedades históricas. Ciertamente, la figura de Cadorna no deja indiferente a cualquiera. Como otros personajes del período, generó una feroz controversia entre sus defensores y detractores. Los primeros justificaron sus decisiones militares -la mayor parte, fracasos- en base a las coyunturas geográficas, a las deficiencias inherentes del ejército, a los mandos intermedios, a la tibieza del gobierno, etc. 
Los críticos -con otros datos- personalizaron en el militar piamontés lo peor del mundo castrense: indisimulado desprecio por la vida del soldado, decimaciones arbitrarias, decisiones militares absurdas, desconocimiento absoluto o carencia de un plan militar global, etc. La inmensa bibliografía sobre la participación italiana en la guerra no ha logrado conclusiones de consenso. Existe, no obstante, un escenario más uniforme de los primeros meses de Cadona como Jefe del Regio Esercito. Sobre estos, un análisis detallado de las relaciones entre el gobierno, el rey y el propio Cadorna aporta una visión muy interesante de las dificultades inherentes al papel del jefe del ejército italiano en la futura contienda. Aunque su carrera militar fue notable (Mayor general en 1898, general de división en 1905 y comandante del Cuerpo de ejército en Génova en 1910), Cadorna siempre se vio plato de segunda y eso le fomentó un gran desdén por la política y los políticos. Desde 1898 hasta su designación como jefe del estado mayor del ejército el 27 de julio de 1914, fueron numerosos los colegas que le pasaron por delante (Hensch, Zuccari, Pollio). Sus contínuas quejas y manifestaciones tampoco ayudarían. Sus relaciones con el monarca no eran malas, pero el ubicuo Giolitti jamás confió en él. La animadversión sería mútua. Con Salandra las cosas no irían mejor. 
Durante los meses de julio de 1914 a mayo de 1915, Cadorna fue el pelele de los políticos. Conscientes de sus prerrogativas constitucionales, Salandra, di San Giuliano y el propio ministro de la guerra Grandi lo obviaron y ningunearon abiertamente durante las primeras semanas de guerra. Tampoco Grandi era informado de todos los acuerdos del gobierno y eso también le provocó una gran desconfianza hacia él. Vista la cronología y el sentir de las decisiones podría decirse que sus vaivenes resultaron ridículos. 
Extrañado, pero respectuoso con el papel del rey como jefe supremo de los ejércitos, Cadorna le envió un memorándum el 31 de julio donde se detallaban los detalles de la movilización y distribución de las fuerzas que se iban a enviar a Alsacia, de acuerdo con las convenciones militares establecidas con Alemania. Al día siguiente, y desconociendo - aunque intuyendo - la neutralidad italiana, Von Hötzendorff reclamó a Cadorna que le enviase tropas de soporte para sus acciones en Serbia. A mediodía los planes se truncaron con la declaración oficial de neutralidad. Cadorna seguía en el alero. El 3 de agosto estupefacto ante el silencio del gobierno, recomendó la movilización del ejército en la Valle del Po y su concentración a un máximo de tres días de marcha de ambas fronteras (Francia y Austria). Salandra y di San Giuliano le comunicaron que era imposible, que sería interpretado por ambos países como una declaración de guerra encubierta. Insistió, pero el gobierno se mantuvo firme. Consideraban que declarar la neutralidad y enviar el ejército al Piave o al Tagliamento eran acciones contradictorias y que sería malinterpretado por las Potencias centrales. Cadorna cedió, pero su papel hasta la intervención no fue fácil, aunque peor lo sería durante la guerra. El clima político y el temor a la derrota acrecentaron la importancia de los fracasos militares, aunque -sin duda- algunas de sus decisiones alimentarían la controversia futura respecto a su papel en la guerra. Piero Pieri, uno de los mejores historiadores militares de la Italia contemporánea, lo definía como un hombre muy seguro de si mismo, de gran lucidez y de una enorme visión estratégica. Destacaba, sin embargo, que era extremadamente susceptible, tozudo y de escasas dotes comunicativas lo que le contraindicaba para un cargo como el de comandante supremo de las fuerzas armadas italianas. 

Vittorio Emanuele III
Soldado, burgués o rey victorioso fueron algunos de los epítetos que recibió VE III durante su vida como rey. El hecho es que fue un rey atípico teniendo en cuenta su dinastia. Especialista en numismática, filántropo y firme partidario de las políticas sociales, el rey Sciaboletta (espadín)- en referencia a su baja estatura y el tamaño de su espada - era reservado, un tanto esquivo y nada amante de la liturgia ceremonial de las grandes monarquías. Atento a los cambios que se operaban en la Italia del nuevo siglo, intentó proporcionar una especie de concordia social validando la mayoría de leyes de marcado contenido social. 
El recuerdo de su padre, Umberto I, y una cultura acorde con la época le proporcionaron una visión más progresista de su pueblo. A nivel internacional, abogó por el mantenimiento táctico de sus obligaciones con la Triplice, aunque fomentando siempre el entendimiento con Francia y Rusia. Estallada la guerra y consciente de la difícil tesitura italiana, confió en el gobierno Salandra y en las artes de di San Giuliano. Durante el interregno neutralista, tuvo que buscar un lugar de consenso entre el creciente interventismo y las tesis neutralistas de gran parte de los políticos y la sociedad. Antitriplicista convencido, sustentó y animó los contactos de Sonnino con la Entente después del octubre de 1914, aunque sus métodos no lo convenciesen. VE III fue informado en todo momento de las negociaciones con la Entente, así como del 'mercadeo persa' con las Centrales. Suscrito el pacto de Londres en abril de 1915 y sabedor de las dificultades que tendría el gobierno para imponer la intervención se dejó guiar por el estratega Salandra. Quizá no fue su acción más afortunada, como tampoco lo sería la del 9 de setiembre de 1943, pero el 'Sacro egoismo' era un proyecto muy tentador. Como Giolitti durante más de una década, y sin ser consciente del todo, contribuiría a la deconstrucción del edificio liberal, y a un menoscabo de la institución que representaba. 
Su papel en el 'Maggio radioso' de 1915 fue de vital importancia. Neutralizó la crisis del gobierno Salandra ofreciendo a Giolitti una manzana envenenada (la promesa de entrar en guerra el 24 de mayo) y tras la negativa de este, aceptó la dimisión de Salandra sancionando de rebote la intervención en la guerra y asestando un golpe de muerte al trastocado sistema político italiano. 

Neutralità
La neutralidad italiana el agosto de 1914 no fue una decisión precipitada. Salandra y Di San Giuliano coincidieron plenamente en ella. Los giros y contragiros diplomáticos solo fueron una cortina de humo para esconder la verdadera motivación de permanecer neutrales. La lógica y el sentido común se impusieron a la espera del desarrollo de los acontecimientos. A pesar de los interminables 'litigios' territoriales con Austria, Italia no tenía motivo que le impeliese o urgiese a entrar en una guerra europea. Ni su integridad territorial estaba amenazada (aunque los sectores más irredentistas temiesen por ella en caso de una victoria de las Potencias Centrales), ni la obligaba ningún acuerdo o pacto internacional, a pesar de las reinterpretaciones y 'letras minúsculas' del articulado VII de la Triplice. Por su parte, la gran mayoría de la sociedad italiana recibió la declaración oficial de neutralidad con alivio. 
En contraposición a Francia, Alemania, Austria e incluso la Gran Bretaña, la guerra no despertaba júbilo alguno en el pueblo italiano. En el sur de Italia, a diferencia del norte con una tradición más risorgimentale, la guerra se veía como una calamidad que empujaba a los hombres a la muerte y a sus familias al hambre. La muerte, la desocupación del campo y la amenaza de una posterior invasión no eran fantasmas del pasado, sino que estaban todavía frescos en el imaginario. El mundo obrero y la ciudad presentaban otra realidad, aunque no muy distinta de la del Mezzogiorno. La concepción que se tenía de la guerra no era especialmente positiva ni halagueña. Sin embargo, y con el devenir de los meses, fuertes corrientes de influencia en gran parte de las clases medias y liberales, dibujaron la guerra como una salida lógica al engrandecimiento del estado-nación italiano como el último paso del Risorgimento mazziniano. 

Movilizar o no movilizar ... 
Durante los meses de tensa neutralidad, Cadorna jugó a los soldaditos en su pizarra. Impetuoso, pero celoso de sus prerrogativas, intentó dar una imagen de eficiencia que distaba mucho de ser real. Y él lo sabía. Su inquietud no procedía exclusivamente de la ignorancia de los planes del gobierno, sino a la pésima preparación y predisposición de su ejército ya comprovadas en la aventura libia. En agosto de 1914, el ejército italiano era claramente inferior a sus posibles enemigos, fuese Francia o Austria. Un claro déficit en armamento (sobretodo en artillería pesada), paupérrimas ratios de ametralladoras por regimiento y la falta de oficiales y suboficiales cualificados eran carencias muy graves y preocupantes. Si a esto se le sumaba un sistema logístico insuficiente y una preocupante ausencia de planificación estratégica, el panorama era inquietante. 
Por todo ello, el sentido común de di san Giuliano recomendaba calma y sosiego. Para asentar una neutralidad favorable, o para en caso de guerra, preparar correctamente a las fuerzas armadas. Preparativos a banda, la cuestión sobre la movilización era alarmante. Una movilización inmediata hubiese supuesto una grave amenaza para la neutralidad mientras que una desmovilización por tiempo indeterminado suponía un grave peligro en caso de ataque repentino. La propia composición del ejército italiano complicaba todavía más las cosas. Ideado para cohesionar la aún frágil unidad de los ciudadanos italianos, el mando del ejército dictó que cada regimiento se formase con personas de dos regiones distintas y distantes, que se localizase en una tercera región y que al cabo de 4 años, ésta cambiase de región. Con semejante distribución era comprensible que la mobilización italiana preocupase y mucho a los altos mandos del ejército. Si a los problemas de concentración de tropas se le añadían las pésimas condiciones de transporte en una geografía tan dispar, la inquietud se tornaba en temor. Grandi intentó tranquilizar a Cadorna recordándole las grandes obras de mejora y fortificación en las fronteras septentrionales del Véneto en 1908, pero el jefe supremo seguía ensimismado con un plan de movilización parcial que no existía. 
Grandi le propuso dos opciones. Reunir -al menos- las divisiones del ejército permanente y con el tiempo concentrar el resto, o reunir -de momento- los seis cuerpos de ejército que formaban el ejército italiano septentrional. Cadorna dijo que no, que todo o nada! Y fue nada. Obsesionado y dolido, elaboró diversos memorándums que acabarían en papeleras reales y ministeriales. Los tempos diplomáticos no coincidían con los militares. Y además las relaciones entre los políticos y Cadorna eran casi nulas. Tanto fue así, que cuando di san Giuliano le preguntó a finales de septiembre si era posible una intervención, el militar le dijo que no podría ser. Argumentó que el invierno estaba cerca y que apenas contaban con pertrechos y uniformes hivernales. 

Quién da más?
El 4 de agosto, el di San Giuliano aseguró por carta a Salandra que tendrían al menos un mes de tregua diplomática antes no comenzasen las presiones de ambos bandos. Se equivocó. El 5 de agosto, el embajador en San Petersburgo Carlotti llegaba con 'presentes'. Francia y Rusia (con el plácet del Reino Unido) habían acordado -bajo mano- ofrecer a Italia el dominio completo del Adriático, un protectorado sobre Valona y la soberanía completa de las islas del Dodecaneso. Condición: Italia debía intervenir inmediatamente en el Trentino y su flota debía cerra el canal de Otranto. Comenzaba la subasta italiana. La Entente seguía generosa. El 6 volvió a la carga con la Dalmacia y el 8 de agosto se sumaba Trieste junto con negociaciones directas en Londres. 
Por su parte, y a pesar del enfado inicial, la puja de la Triplice no se hizo esperar. El embajador Flotow ofreció negociar sobre el Trentino. Pero comparado con los regalos de la Entente era miseria. La diplomacia italiana estaba muy presionada, pero la espera estaba mereciendo la pena. El 9 de agosto di San Giuliano despertó del sueño neutral. La neutralidad italiana no podría mantenerse. Demasiados cantos de sirena con lisonjeras melodías: el Trentino, Valona, el Adriático, el Dodecaneso e incluso Trieste !!! 
Di San Giuliano comenzaba a posicionarse y la Entente era la apuesta más segura. Con extrema inteligencia listó las que serían condiciones irrenunciables para una intervención: 1º. Ninguna paz por separado; 2º Cooperación inmediata entre las flotas italiana, francesa y británica para destruir la flota austríaca en el Mediterráneo; 3º Reintegro del Trentino y otros territorios italianos en poder de Austria-Hungría al Reino de Italia; 4º Albania dividida entre Grecia y Serbia, pero con la costa neutralizada; 5º Regimen internacional para Valona; 6º Devolución de las islas del Dodecaneso en caso de supervivencia del Imperio turco; 7º Cuotas en las indemnizaciones de guerra y 8º Mantenimiento de las alianzas para el periodo de la posguerra. 
La guerra, no obstante, proseguía y Marte estaba de parte de la Triplice. El rodillo alemán seguía imparable y di San Giuliano pedía calma, mucha calma y ninguna salida de tono a los suyos. Advirtió a Londres que si no cambiaban un poco las tornas Italia no se iba a meter. Conscientes del momento, la puja de Berlin subió. En caso de derrota serbia, Austria la anexionaría y cedería el Trentino y algún otro territorio. Eran simples promesas, nada tangible. El 26 de agosto, ante la perspectiva victoriosa de la Duplice, di San Giuliano admitió la neutralidad como la mejor opción. Pero las tornas volvieron a cambiar. A mediados de septiembre se certificó el fracaso austríaco en Serbia y aún peor: la apisonadora alemana había sido frenada en el Marne. Italia volvía a la carga. El hábil siciliano, consciente de su cercana muerte, echó el resto. A banda de las ocho peticiones de agosto, Italia obtendría áreas del Asia menor y territorios africanos de la derrotada Alemania, se redefinirían las fronteras entre Libia y Túnez e incluso se pediría a Francia una cesión de Túnez. 
Las negociaciones descarrilaron el 25 de septiembre. Cadorna, dispuesto a intervenir una semana antes, hizo saltar las alarmas cuando se negó a una intervención inminente arguyendo deficiencias materiales y logísticas por la inminencia del invierno. El mundo al revés. Cuando di San Giuliano reclamaba pausa, Cadorna desenvainaba el sable y ahora que el siciliano marcaba el paso, Cadorna se volvía prudente. Octubre reclamaba calma y mientras los ejércitos se atrincheraban, las cancillerías hicieron cálculo de daños. 
El ministro siciliano murió el 16 de octubre. Con él se fueron el temple, la visión y el cerebro de la diplomacia italiana. Lo sustituyó Sonnino y 'il sacro egoismo'.

Continua en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (IV)

martes, 30 de octubre de 2012

Las misteriosas muertes de Sepp Innerkofler


Alpinista fuera de serie y experto escalador fueron algunos de los elogios que recibió Joseph (Sepp) Innerkofler cuando en julio de 1915 se conoció su muerte en los círculos alpinistas internacionales. Con un innegable pedigrí montañista y originario de Sexten (Sesto), dedicó todo su vida a la montaña. Su conocimiento de los rincones, grutas, vías de ascensión y senderos de alta montaña hicieron que su fama como experto guía saltase allende los Dolomitas del Tirol meridional, como ya lo había hecho la de su tío Michael, conocido como el 'rey de los Dolomitas'. Sepp siguió sus pasos. Abrió ferratas en los glaciares y paredes más escarpadas, y ayudó a construir algunos de los refugios más importantes en los Dolomitas orientales que todavía existen. 
En mayo de 1915, la entrada de Italia en la guerra y su pasión por la montaña lo llevaron a alistarse voluntario en las Standschützenkompanie, unidades especializadas en tareas de exploración y defensa del territorio dolomítico. Formadas por un reducido número de alpinistas de élite, su papel fue in crescendo a medida que el conflicto en la montaña se iba recrudeciendo y que el Alto mando austrohúngaro desplazaba a las Landesschutzen (tropas de territoriales) para cubrir las enormes bajas sufridas en Galitzia. 
En la mayoría de los Dolomitas las fronteras entre Austria y el Reino de Italia eran muy permeables, hasta el punto que la ocupación de una cima podía realizarse con un reducido grupo de montañistas sin apenas armas. De esta forma, en mayo de 1915, las tropas de ambos ejércitos se apresuraron a ocupar de forma más o menos permanente la mayoría de cimas y pasos que permitían un fácil acceso a los valles enemigos. Las Standschützen compartían sector con los Kaiserjäger (Cazadores imperiales) y las Alpenkorps alemanas - a pesar de no estar en guerra con Italia - pero realizaban las misiones más arriesgadas de patrulla por el conocimiento que tenían sus miembros. Fue por ello, pero sobretodo por su autoridad, que Innerkofler no tardó en ser ascendido a Zugführer o jefe de cordada. Su prestigio y arrojo eran de sobras conocidos. En las 17 patrullas que comandó desde el 21 de mayo hasta julio de 1915 la perícia demostrada como alpinista y el riesgo que tuvieron algunas de las acciones -muchas nocturnas- cimentarían su leyenda. Pasada la guerra, sus compañeros recordaban que Innerkofler, a pesar de sus cincuenta años de edad, subía las paredes con la agilidad de un joven de veinte años y que su liderazgo lo demostraba en cada cordada dirigiendo las acciones desde la misma vanguardia como la del fatídico 4 de julio de 1915. 

La noche de autos

Innerkofler sabía de la vital importancia del monte Paterno como puerta al altiplano delle Tre Cime de Lavaredo y como protección del valle del Landro. Por ello convenció a los mandos de que su control era imprescindible. El Paterno, de cima estrecha y de muy difícil acceso, era un excelente observatorio prácticamente inexpugnable. Rodeado de otras formaciones rocosas, la Torre Toblin o las famosísimas Tre Cime de Lavaredo (Drei Zinnen= Tres cimas), la posesión del Paterno era imprescindible para cerrar la entrada de los italianos en ese sector del Tirol austríaco. Como sucedió a lo largo de toda la guerra en el frente dolomítico, las acciones de conquista o de castigo las realizaban compañías muy reducidas y al abrigo de la noche, como fue el caso de los alpini italianos que ocuparon el Paterno el 29 de mayo. Mantener las posiciones elevadas no siempre era viable. Las inclemencias del tiempo, sobretodo en invierno, la naturaleza del terreno o la imposibilidad de proveer a las tropas así como el contínuo hostigamiento del enemigo eran factores en contra. Pero el Paterno era diferente. Recuperarlo sería cuestión de audacia y arrojo. 
La misión era arriesgadísima. La cima era un espacio estríchismo, de unos pocos metros de superfície llana y sin apenas protecciones naturales, donde la única vía para encaramarse a lo más alto y tomar la posición por sorpresa era una pared vertical de unos cientos de metros. Innerkofler conocía la perfectamente ya que la había abierto él mismo en 1896. Esa noche la patrulla de Innerkofler la formaban seis alpinistas de élite. Salieron de un pequeño refugió situado en la base del Drei Zinnen, junto con una compañía de los Standschützen al mando del hermano de Innerkofler, Christl. Esa noche, como siempre, Innerkofler tomó la responsabilidad de ser el primero y enfiló la ascensión. Después de tensos minutos, él y sus compañeros llegaron a la cima. En esta había una pequeña cresta que servía de refugio a los alpini que la ocupaban. Innerkofler se avanzó. Se oyeron unas detonaciones secas y al poco un grito se desvaneció en la noche. Advertidos del peligro y entreviendo lo sucedido, los compañeros de Innerkofler descendieron y volvieron a sus posiciones. Días después se supo la suerte de Innerkofler. Había caído desde la cima y sus restos mortales habían sido recuperados y enterrados por alpini italianos no muy lejos del lugar de la caida. 

La muerte versionada

 El asombro ante la noticia de Innerkofler comenzó a cundir por el valle y al momento surgieron versiones de su muerte. Pocos se podían explicar cómo un experimentado alpinista se había caido al vacío desde unas montañas que conocía perfectamente. Además, las fuentes italianas y austríacas difirieron enormemente desde un principio. La primera versión y la más acceptada -en su momento- fue la de Pietro di Luca, uno de los alpini que estaban esa noche en el Paterno y que presuntamente acabó con la vida de Innerkofler. En el libro del capitán Neri, Ineditti di guerra alpina, 1915-1918, Di Luca relató su versión. Contaba que durante su guardia oyó un ruido, y que al acercarse al lugar y ver una figura humana en un saliente, agarró una gran pedrusco, se lo lanzó a la cabeza y que lo hizo desequilibrar, cayendo el intruso al vacío. Él mismo explicó que al día siguiente se acercaron al lugar donde yacía el cuerpo (unos cincuenta metros abajo) y que lo enterraron 'in situ' con todos los honores. Unos años después, el propio Luca relató con todo lujo de detalles la historia, pero sin excesivos cambios, excepto por detalles sin importancia. 
Los austríacos no podían aceptar que uno de sus mejores alpinistas y un gran héroe de guerra hubiese muerto de una pedrada. Por ello, o quizá por nuevos datos, comenzaron a circular otras versiones, una de ellas surgida de Sepp Innerkofler Jr. El hijo del alpinista sostenía que durante la ascensión al Paterno, la artillería austríaca situada en el sector de Le Tre Cime (Drei Zinnen) di Lavaredo abrió fuego de cobertura y que uno de los proyectiles o alguna esquirla alcanzó a su padre en la cabeza, precipitándolo al vacio. Aún en esta línea del fuego amigo, otra versión del lado austríaco explicaba la muerte del alpinista tirolés por los disparos de un grupo de ametralladoras situadas en la Torre Toblin y que esa noche cubrieron la operación de castigo de Innerkofler. 

Epílogo

El frente dolomítico fue muy cruel. El frío, las enfermedades, las caídas fortuitas o las avalanchas se cobraron más vidas que los fusiles o obuses. No obstante, fue un escenario absolutamente inútil, y su importancia más simbólica que real. El intercambio de posiciones fue en algunos casos ridículo y el nivel de hazañas inversamente proporcional al valor militar de las mismas. La guerra en los Dolomitas sirvió para comprobar el valor individual y la resistencia humana a límites insospechados, así como la estupidez de los Altos mandos. Que Innerkofler muriese por una piedra o por una bala es lo de menos. Lo más irónico -desgraciadamente- es que el pelotón de alpini italianos abandonó al poco el Paterno, mientras que Innerkofler estuvo enterrado ahí hasta 1919.

Fuentes:

- Cenacchi, Giovanni (et al.). Teatri di guerra sulle Dolomiti, 1915-1917. Mondadori, 2006.
- Lichem, Heinz von. La guerra in montagna 1915-1918. Volume 2, il fronte trentino e dolomitico. Bolzano : Athesia, 1997.

viernes, 26 de octubre de 2012

La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos. (II)


Viene de:  La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (I)



ACTO I. JULIO DE 1914, ENTRE EL ARTÍCULO VII Y EL CASUS FOEDERIS 

DRAMATIS PERSONAE II

Di San Giuliano

Liberal y anticlerical practicante, Antonino Paternò-Castello -más conocido como Di San Giuliano o Marqués di San Giuliano, fue un cultivado aristócrata siciliano de enorme visión política. Dotado de un exquisito sentido de la diplomacia y de un pragmatismo a prueba de alianzas, consiguió aposentar a Italia entre las potencias europeas, aunque fuese en un segundo plano. Desempeñó la cartera de exteriores en dos ocasiones, la primera entre 1905 y 1906 y la segunda entre 1910 y 1914. Entre ese intervalo, y dado su prestigio, los gobiernos Giolitti y Luzzatti lo designaron como embajador en Londres y París. A pesar de su triplicismo, siempre tuvo voluntad de acuerdo con Francia, y especialmente con el Reino Unido. Conocedor del Foreign Office y con una gran inteligencia geopolítica, sabía que la partida italiana se jugaba en Viena y que Alemania sería su gran valedora, pero siempre se guardó las espaldas con la Albión. Más consciente que nadie de la 'peninsularidad' italiana y del papel que todavía jugaba la Armada británica como policía de los mares, intentó por todos los medios no enemistarse jamás con Londres. Jamás perdió de vista los territorios italianos dentro del Imperio austrohúngaro, como tampoco desdeñó la posibilidad de convertir el Adriático en un mar italiano. Albania, Libia y la salvaguarda de las islas del Dodecaneso serían algunas de sus bazas. Pero no todo fueron laureles. La guerra de Libia, de la cual fue un notable impulsor, fue un desastre y en la cuestion albanesa no estuvo muy afortunado. Su figura, sin embargo, seguía siendo muy respetada. Su padrino político (Giolitti) cayó en febrero de 1914, pero su experiencia y conocimientos eran tales que Salandra le requirió para exteriores un mes después. Sus diferencias políticas eran notorias, pero en cuestiones internacionales coincidían plenamente: recuperar los territorios irredentos (Trentino e Istria) y asegurar la influencia en sectores de la costa oriental del Adriático (Croacia y Albania). Para la consecución de ambos, el equilibrio en los Balcanes era vital ya que cualquier alteración del status quo obligaba a la potencia alterante a compensaciones, tal y como preescribía el artículo VII de la Triplice. No obstante, el articulado de la Triplice siempre se leyó en clave interesada, como en el caso de la anexión austríaca de Bosnia-Herzegovina (1908). 
Consciente de ello, el de Catania se convirtió en el perfecto exégeta de los acuerdos de la Triplice, convirtiendo poco a poco sus interpretaciones en comodines para la gran partida en la que siempre jugaría con ventaja. Conocedor de los movimientos centrífugos en el si del Imperio, como del nerviosismo imperante en Viena, el de Catania decidió esperar. Sabía que tarde o temprano saltaría la chispa y que solo era necesario estar ahí para recoger los frutos, tanto si Austria era vencedora como perdedora. En caso de que Austria volviese  a alterar el mapa balcánico exigiría una compensación. Y en el caso de que fuese derrotada en una guerra, exigiría a los vencedores la reposición de los territorios irredentos. Hasta ese momento, Italia actuó con sibilina astucia. 
En 1912, Austria (como Francia y la Gran Bretaña), la conminó a devolver a soberanía otomana las islas del Dodecaneso o a ser compensada en base al artículo VII. La diplomacia italiana se negó rotundamente argumentando que éstas pertenecían al área geográfica asiática y que tenían que ver con Libia, no con los Balcanes. Y así se llegó hasta agosto de 1914. Fue entonces cuando fiel a su estilo, el di San Giuliano,  mostró todo su repertorio de amagos, faroles y apuestas que llevarían a Italia a una benevola neutralità. Su mérito fue doble. Por una parte, convenció a su propio gobierno de las virtudes de no entrar en la guerra y esperar. Y de la otra, dejar abierta la puerta a un futuro entendimiento con las fuerzas de la Entente, especialmente con Gran Bretaña. Su muerte el 16 de octubre de 1914 no solo significó la pérdida de un excelente diplomático y político, sino el certificado de muerte de una neutralidad inteligente. 

Berchtold 

Figura seductora y carismática o un político tímido e indeciso? La historiografía siempre ha tendido a situar al conde Berchtold entre estos dos polos cuando la realidad es más simple. Berchtold combinó de forma indistinta ambas facetas. Como embajador era un anfitrión excelente y sus recepciones eran la comidilla entre las élites europeas, mientras que su periplo como ministro de exteriores de la doble monarquía fue un cúmulo de despropósitos hasta enero de 1915. Los estudiosos del hombre político han convenido en destacar que su falta de experiencia y de tacto ‘internacional’ así como su incompetencia y espíritu pusilánime, lastraron la política exterior de su país llevándolo al desastre. Los historiadores más críticos exponen que su amarga experiencia como embajador en Rusia durante cinco largos años (1906-1911) condicionó su política balcánica y su actitud absolutamente contraria a un entendimiento con la gran potencia asiática. Otros, añaden a estos ingredientes, la contínua presión del ‘partido de la guerra’ afincado en el Hofburg con Von Hötzendorff y el embajador Hoyos a la cabeza. 
Un análisis preciso de su gestión en los tres episodios más destacados al frente de exteriores corrobora la conjunción de los factores antes descritos. Durante las guerras balcánicas, Berchtold y su equipo de asesores erró no solo por defecto sino por efecto. A la falta de visión política (Liga balcánica) se añadió una gran estrechez de miras con el incendio de la Segunda Guerra Balcánica y el consabido aupamiento de Serbia a potencia balcánica, resquebrajando aún más un status quo hiperfrágil. Holger Herwig, uno de los especialistas más reputados en esta materia, sostiene que a la falta de vigor político y manifiesta dejación en la cuestión de la guerras balcánicas de 1912-1913, Berchtold intentó contraponer una excesiva dosis de ímpetu y miopía en la crisis de junio-julio de 1914. No obstante, admite, que las fuerzas y la determinación mostradas por Austria sobre la cuestión serbia en el verano del 14 no tuvieron una impronta exclusivamente berchtoldiana. Afirma que se vio superado por las circunstancias y empujado por sus asesores y las fuerzas vivas del régimen a plantear una solución extremadamente drástica al contencioso serbio. Sobre este punto es curioso señalar como a Berchtold le sucedió lo mismo que a Bethmann-Hollweg: ambos creyeron poder acotar el conflicto austroserbio a una guerra de baja intensidad. 
Con Italia bailando sobre su neutralidad, la ceguera política de Berchtold fue in crescendo. Lejos de apagar un fuego, Berchtold y su 'equipo de pirómanos' echaron gasolina al fuego ninguneando al odioso aliado y negándole la mayor en cuestión de tratados. La diplomacia alemana impuso –otra vez- la cordura. Si Austria conseguía derrotar a Serbia y alterar el mapa balcánico bien podía ceder el Trentino. Pero el núcleo duro vienés siguió negándose hasta finales del invierno de 1915, pero ya era demasiado tarde. Viena estaba desquiciada. Tanto, que el partido de la guerra defenestró a Berchtold por insinuar cesiones a Italia y encumbró a Burián como marioneta a su voluntad. El delirio era tan grande que incluso se planteó la invasión de Italia camuflando una pataleta con factores estratégicos!! Un detalle más de la política errante y suicida que mantuvo Viena con respecto a la partida europea e italiana. No hay duda que de Austria-Hungría estaba en una hora decisiva, pero ni Berchtold, ni aún menos sus asesores estuvieron jamás a la altura de sus responsabilidades. 

DEP 

La guerra iba a finiquitar la Triplice. Ya fuese por su carácter defensivo o por la actuación de algunos de sus miembros, dejó de existir y actuar como tal el 2 de julio de 1914. La guerra no había estallado aún, pero las decisiones tomadas desde ese día condicionaron totalmente los actos de sus miembros, conduciéndolos a una espiral de consecuencias inesperadas. Se han escrito cientos, miles de libros y artículos sobre las causas más inmediatas de la guerra, así como de la febril actividad diplomática que siguió des del 28 de junio hasta el 4 de agosto de 1914. La historiografía sobre el conflicto ha elucubrado numerosas teorias sobre el estallido de la guerra, su alcance y especialmente sobre los principales protagonistas y/o culpables de que se globalizase. Sobre la cuestión austroserbia, recientes investigaciones concluyen que la doble monarquía, y por ende Alemania, deseaban una resolución rápida y focalizada del conflicto. 
Tanto los servicios secretos austríacos como los rusos sabían que detrás del complot de Sarajevo estaban miembros de la inteligencia serbia, y que si bien no existían documentos sobre la implicación directa del gobierno serbio, se sabía que el gobierno de Nikola Pašić conocía (y permitía) las actividades de la Mano Negra, la organización terrorista serbia que organizó el regicidio. Por ello, pero principalmente por geopolítica, el gobierno austríaco decidió intervenir unilateral y militarmente contra Serbia. Las tensiones en el si de la doble monarquía no fueron pocas. El primer ministro húngaro, el conde Tisza no dudó en advertir de las consecuencias y de la posibilidad de negociar con el gobierno serbio y la comunidad internacional. Pero sus sugerencias cayeron en saco roto, el partido de la guerra austríaco (Von Hötzendorff, Berchtold y el propio Kaiser Franz Joseph) tenía muy clara la intervención. Temían la implicación rusa, pero sospechaban que Alemania les daría su apoyo, y que acceptaría el envite respaldando su acción punitiva sobre Serbia. Contaban con la experiencia de 1908, pero esta vez no ocurriría lo mismo. Alguien acceptó el desafío y la partida se complicó. 

Artículo VII

 Los primeros intercambios de opiniones entre Viena y Berlin sobre el affaire serbio se produjeron el 2 de julio y el 5 Austria ya tenía el plácet alemán para actuar contra Serbia. Se trataba del famoso 'cheque en blanco' del Kaiser Wilhelm II al conde Hoyos, ministro de exteriores austrohúngaro. Berlin estaba decidida a respaldar cualquier acción que llevase a cabo Viena sobre la cuestión serbia. Mientras, Italia seguía en silencio. Ni se le esperaba, ni -por supuesto- se le consultaba. La Triplice comenzaba a oler a muerto, aunque Roma conservaba sus triunfos. La Triplice no era una alianza ofensiva, por tanto no podían contar con ella. Y en caso que los hechos aconsejasen mantenerse a la defensiva, tampoco podrían contar con ella por el simple y trascendental hecho de no haberla consultado. 
Cierto que los valses italianos habían creado desconfianza, pero ningunearla manifiestamente en cuestiones de tamaña importancia no fue una decisión precisamente inteligente. Creían que 'tragaría' como en 1908, pero actuar contra Serbia, respaldada por Rusia y con estrechos lazos económicos y estratégicos con Francia, requería un mayor quórum y discusión. El articulado de la Triplice estaba de parte italiana. El artículo VII prescribía muy claramente que cualquier acción que supusiese una 'ventaja territorial' para un miembro debía compensarse con el acuerdo o la negociación de otros territorios conlindantes o mediante indemnización económica. Y evidentemente, Austria no estaba todavía por esa la labor. Con los meses y los reveses ya lo estaría. Empujada por Alemania, no fue hasta el 15 de julio que Austria decidió informar a Italia de las decisiones iba tomar su gobierno respecto a Serbia. Cuando Viena habló de 'corregir estratégicamente las líneas fronterizas', el ministro de exteriores italiano di San Giuliano exigió una mayor concreción en las medidas. Ante el revuelo italiano, el 21, el embajador austríaco Merey recibió órdenes de seguir en las vaguedades, aunque comunicó a di San Giuliano que, a pesar, del lenguaje firme contra Serbia, se intentaría encontrar una vía pacífica al asunto. 
Poco crédulo y gato viejo, Di San Giuliano preguntó al embajador si podía informar a la prensa italiana de que Austria no buscaba, en ningún caso, anexión territorial alguna, a lo que Merey se negó en redondo. Que Austria despreciaba la postura italiana lo demuestra el hecho de que Roma no recibió una copia del ultimátum hasta el 24 de julio, un día después de haberla enviado a Belgrado!! La demora, pero sobretodo el contenido del mismo indignó a di San Giuliano que protestó enérgicamente al embajador alemán. Le reprochó no solo la violencia del lenguaje y las exigencias, sino -y peor- no haber consultado a Italia en ningún momento de la redacción. Di San Giuliano consideró el ultimátum como un 'acto de agresión' y advirtió que en el caso de que Rusia interviniese, Italia permanecería neutral. La Triplice estaba muerta. La respuesta serbia llegó el 25, y como era de esperar no satisfizo al partido bélico vienés por lo que ese mismo día se ordenó una mobilización parcial del ejército. La caja de Pandora estaba abierta. Ese mismo día en Berlin, el embajador italiano hizo llegar una declaración oficial en la que Roma lamentaba profundamente todo lo relacionado con el ultimátum y muy especialmente la actitud alemana. La decepción con Alemania no acabó ahí. Cuando Berchtold cuestionó la vigencia del artículo VII esgrimiendo que este solo era aplicable en los territorios otomanos de los Balcanes, y que no era preceptiva ninguna compensación en caso de ocupación provisional, Alemania estuvo a su lado. La Duplice era un hecho consumado.

In extremis
El 28 de julio hubo una cierta distensión. Las noticias de una inminente intervención rusa exigían sentido común y Alemania conminó a Viena a suavizar las tensiones con Italia. Austria se avino a parlamentar pero no se podía hablar ni del Trentino ni de cualquier otro territorio en litigio. Alemania seguía apoyando la línea austríaca e Italia seguía en silencio. Berlin sabía que el tiempo corría de parte italiana y apremiaba a Viena para un acuerdo. El 29 el embajador Merey se reunió con di San Giuliano para comunicarle que cualquier tipo de compensación territorial se haría efectiva solo cuando se rompiese el equilibrio balcánico, es decir cuando Serbia fuese derrotada. Di San Giuliano, sin embargo, reclamó la compensación de forma inmediata. Fue otra jugada maestra. Conocía de antemano la negativa austríaca a una petición de ese tipo. Y por ello decidió tensar las negociaciones. Merey telegrafió al momento, pero Viena calló por tres días hasta que Rusia declaró la guerra el 1º de agosto. Las hechos se precipitaron. Ese mediodía, y antes de recibir una respuesta afirmativa de Austria a sus demandas, el Consejo de Ministros italiano declaraba la neutralidad. Declarada oficialmente al día siguiente, el gobierno italiano la justificó por la vulneración del artículo VII de la Triplice y especialmente por la ausencia de un casus foederis. La decisión no gustó allende los Alpes, pero tampoco los cogió desprevenidos. Los representantes de la nueva Duplice no temían una entrada de Italia en la Entente. Consideraban que la defección italiana era previsible y que una vez la guerra les fuese favorable negociarían -mezquinamente- para recoger parte del botín.

Continua en: La intervención italiana en la Gran Guerra, 1914-1915: preludio y tragedia en cinco actos (II)